Como si fuera la de un templo clásico, una cortina de columnas posada sobre un plinto emerge sobre la llanura de Burdeos. Pero, a diferencia de los templos, este estadio transforma su podio en una escalinata muy marcada, y el resultado es que se desmaterializan los límites entre el interior y el exterior, y al cabo todo el conjunto resulta liviano.

Aunque la imagen desencadenante del proyecto sea metafórica —un bosque de columnas—, el edificio consiste en un riguroso ejercicio funcional destinado a dar cabida a 42.000 espectadores en las mejores condiciones posibles de visibilidad. Con este fin, entre la pista situada al nivel del suelo y la cota de acceso exterior se ha dispuesto un cuerpo en forma de cuña, donde se cobija el programa, desde las instalaciones hasta la sala VIP. La geometría de este cuerpo acuñado se define, al exterior, por la sección de la escalinata, mientras que al interior se ajusta a la pendiente del graderío. Esta disposición rompe con los esquemas tradicionales de los estadios: en lugar de moverse por baterías de escaleras o rampas, las masas lo hacen por la escalinata exterior hasta alcanzar el punto medio del graderío; como desde esta cota se controla panópticamente el estadio resulta posible acceder, sin mayores problemas de orientación, a las gradas inferiores o superiores, situadas a distancias equidistantes.