Esta ‘casa que no lo es’ amplía otra construida quince años atrás por Manuel Martín Madrid. El arquitecto dotó de intimidad a la vivienda situándola en la parte más elevada del solar. Como fachada a la calle, un muro de contención vegetal convertido con el tiempo en una pantalla frondosa. Tras recorrer el límite oeste del jardín se alcanza la cota de la casa; su geometría escueta, revestida de piedra clara, la significan en el denso entorno vegetal. Se percibe de inmediato la magnífica relación que la edificación establece con el jardín y con el valle sur de la ciudad. Su horizontalidad se lee como reverberación de la llanura fluvial que constituye su principal panorama.

Ahora se trataba de situar un programa muy definido (una pequeña sala de cine y un vestuario) en relación con la casa, sin limitaciones iniciales de forma, materiales ni presupuesto. ¿Cómo intervenir en un espacio que se percibe en perfecto equilibrio? ¿Cómo encontrar una estrategia para enriquecer una relación tejida durante años con tantas complicidades?

La respuesta toma forma de engaño: en lugar de hacer crecer la casa, se multiplica el jardín. Modelada a partir de las necesidades, la ampliación se ‘viste’ con un traje de espejos capaz de generar múltiples duplicidades y reflejos, y se convierte en usufructuaria del lenguaje activo de la vegetación y el clima.

Dos lunas gemelas en una misma noche; reflejos de sol sobre reflejos de pinos y nubes; un clon del propietario que sigue sus pasos por el jardín; réplicas de árboles que envuelven el vestuario entre más árboles... Desde alguna habitación se ve un paisaje que antes se escondía, la vegetación invade las nuevas estancias a través de los muros-espejo que penetran por las ventanas. Cuerpos masivos pero de aspecto permanentemente variable, según el viento, la lluvia, las estaciones o las horas del día. La ampliación genera multitud de situaciones cambiantes, la arquitectura se muestra en un estado de materialidad ambigua y el solar se llena panoramas inesperados... [+]