Encaramado sobre una roca, mirando al Tajo y a la ciudad de Lisboa, el Palacio de Belém es un conjunto de jardines, terrazas, fuentes y pabellones que ha ido creciendo por adición alrededor del edificio original: un convento construido en el siglo XVI y posteriormente convertido en quinta de recreo, que actualmente alberga la residencia oficial del presidente de la República Portuguesa. La necesidad de completar el programa civil y militar que ahora ocupa el recinto con un centro de información y documentación que aglutinara las funciones administrativas de la institución ha brindado una oportunidad para intervenir en una ladera que mira a la colina de Ajuda, trastocando con recorridos transversales y sesgados la lógica escenográfica del palacio y los jardines que envuelven su arquitectura.

El lugar elegido para la implantación del centro es un jardín tardorromántico adyacente al edificio principal, cuya gran pendiente ha sido sustituida por dos plataformas a distinta altura que permiten ocultar gran parte del volumen construido. El programa de usos se distribuye así en dos cuerpos perpendiculares que acotan la geometría de la plataforma, de manera que uno queda bajo la bandeja superior y el otro parece flotar sobre ella. De doble crujía, el cuerpo semienterrado agrupa los despachos en el flanco abierto al patio arbolado del plano inferior, donde una lámina de agua en un cajón de acero cortén descansa sobre el pavimento de adoquín de basalto. En el lado opuesto del pasillo de acceso a los despachos— que conecta con el núcleo principal del palacio y está pintado de verde limón—, se sitúan el archivo y la biblioteca, iluminada a través de un pequeño patio que aflora como un corte en el terreno del jardín superior y que contiene una escalera de evacuación de incendios.

En paralelo con el palacio y rematando el plano de hierba que se extiende frente a su fachada norte, el volumen correspondiente al restaurante de los funcionarios de la presidencia se levanta sobre el jardín superior como un muro liso y blanco que cierra la perspectiva del caserío más próximo, para enmarcar la vista lejana de Lisboa. Su fachada opuesta —de unos sesenta metros de largo— es una galería acristalada con plantas tropicales que recoge la tradición de los invernaderos o estufas presentes en las residencias de verano de la aristocracia. Con distintos recortes en su envolvente, este cuerpo valora y encuadra los elementos del espacio verde que lo rodea, como la hilera de tejos recortados como conos o la plantación de lavandas que cruza la plataforma de hierba del nivel superior.