Pese a que buena parte de la pérdida del patrimonio monumental en Alemania se debió a las devastaciones producidas durante la II Guerra Mundial, hay casos en los que la destrucción se remonta a muchos siglos atrás. En el caso del castillo medieval de Heildelberg, el abandono comenzó con los daños causados en el edificio durante una de las guerras con Francia en el siglo XVII, y pareció no tener vuelta atrás después del incendio que en 1764 devastó lo que quedaba de la fortaleza, convertida a partir de entonces en la cantera de materiales para algunas de las construcciones principescas que hoy colonizan la ciudad.

Rehabilitada en las últimas décadas, la antigua fortaleza se acompaña ahora de un centro de visitantes que, lejos de mimetizarse formalmente con los restos que quedan del pasado, se integra con naturalidad entre ellos, respetando la topografía del lugar y la altura de los edificios preexistentes, pero sin renunciar a construirse con un lenguaje contemporáneo.

Compacto en su volumetría, el edificio se replantea siguiendo las curvas de nivel y ocupando una estrecha franja de terreno frente al acceso principal a la fortaleza. Su mayor singularidad plástica está, sin embargo, en su fachada de arenisca roja del Neckar, una piedra sedimentaria local que se extrae en Eberbach, a unos 30 kilómetros de Heidelberg, y cuya característica principal es el color rosáceo producido por la presencia de óxidos de hierro en su composición.

Concebidas al modo de sillares de mampostería que muestran las marcas irregulares de su corte, las piezas de arenisca tienen un espesor de 9 centímetros, y están fijadas mediante anclajes de acero a un muro de hormigón armado de 24 centímetros de ancho. Este está impermeabilizado con una lámina bituminosa y aislado con 12 centímetros de lana de roca, de manera que entre las hojas interiores y el revestimiento pétreo queda una cámara de aire de 4 centímetros de espesor, que permite la ventilación.