En la urbanización donde se levanta esta casa, con magníficas vistas sobre el valle de Egües, predomina la ‘arquitectura de catálogo’: promociones residenciales que remiten a un modelo ‘tradicional’ con pequeñas variantes. Pero en este caso los clientes, un joven matrimonio con dos hijos, querían una casa de hormigón y formalmente austera. Sus hábitos cotidianos tampoco son convencionales —la comida es para ellos un trámite necesario más que un rito doméstico—, y les preocupaba sobre todo la intimidad, puertas adentro y hacia afuera.

Para buscar en primer lugar esas vistas del paisaje, se construye una plataforma pétrea, sobre la que se apoya un único volumen longitudinal y abstracto que corta los vientos del noroeste. Y esa pieza es la que alberga las dependencias del núcleo familiar, con la zona de los hijos, donde se repite por triplicado una estructura autónoma de doble altura y, separada por un espacio bañado con la luz del norte, la zona de los padres, sobre la que se sitúa la biblioteca. Salvo el gran ventanal de la fachada norte, el resto de los huecos —enmarcados por gruesas carpinterías— se vuelca hacia el jardín y el valle, y hacia la explanada en torno a la piscina. En la planta baja se reparten los espacios de uso común y la habitación de invitados. Planteadas como dos fronteras de privacidad —siempre empiezan más estrechas de lo que acaban—, las escaleras son las dos únicas líneas, a su vez paralelas, que no pertenecen al sistema geométrico que genera la casa.

Una plantación de lavanda —verde-gris o azulada según las estaciones— separa la entrada de la calle en la fachada sur, mientras que en la zona norte del jardín dominan los abedules, plantados en grupos, y los acebos silvestres que crecen bajo éstos, introducidos también en el largo patio de grava blanca que ilumina el corredor de acceso y la cocina. En la piscina, la cuarcita gris que tiñe las aguas de ‘color’ Cantábrico y el madroño centenario que retuerce sus ramas son referencias directas a las ciudades de origen de los propietarios...[+]