La forma de esta casa proyectada por Shinsuke Fujii Architects responde a dos objetivos hasta cierto punto contradictorios. De un lado, aprovechar al máximo la superficie de 42 metros cuadrados de la parcela, situada en una de las partes más congestionadas y desordenadas de la ya de por sí desordenada trama urbana de Yokohama. Del otro lado, potenciar las vistas hacia el único de los cuatro lados de la parcela que está completamente abierto, y que además mira a un parque cercano donde los vecinos del lugar suelen ir a ver florecer los cerezos, todo un acontecimiento en la cultura japonesa.
Con este doble objetivo, la planta de la casa se extruye para conformar —como tantas viviendas en el Japón urbano de hoy— una pequeña torre cuya fachada mira al parque a través de grandes ventanales. Dispuestos de suelo a techo, estos ventanales forman parte de una secuencia de bandas de distinto ancho, que se alternan con otras bandas dispuestas al modo de repisas donde se colocan maceteros. El efecto inquietante que generan las bandas colocadas en voladizo es posible porque la estructura del edificio está formada por vigas de gran canto muy esbeltas, de hormigón armado, sobre las que se apoyan las distintas plataformas. Con ello, también se liberan los espacios interiores, que de este modo pueden abrirse del todo al exterior.