En un extremo del parque de L’Ai güera, y donde un antiguo cauce se encuentra con la ciudad de los años cincuenta, se situaba hasta hace poco una plaza a medio construir. El Ayuntamiento decidió edificar sobre ella su nueva sede, manteniendo en funcionamiento el aparcamiento público de dos plantas del nivel inferior. El proyecto comportaba una redefinición de la plaza, que debía servir además como acceso al parque, y una conexión entre el aparcamiento y el nuevo consistorio.

La necesidad de concluir la plaza —vinculada al uso institucional del volumen— y de cualificarla al mismo tiempo como lugar de paso, llevó a una solución de edificio-puente, que contrapone un gran prisma horizontal a los rascacielos del entorno. El programa se distribuye en altura en los dos compo-nentes esenciales del puente —los soportes y el tablero—, conservando la esencia de puerta de paso a la ciudad y de vacío en la trama urbana que el lugar, con su viejo cauce, poseía.

Rodeado por un bosque de torres, entre las cuales la más alta de España, el nuevo Ayuntamiento recupera la horizontal del mar con un edificio-puente que, elevándose sobre un antiguo cauce, crea a sus pies una plaza.

 

Sobre la gran plataforma y apoyados en el desnivel incipiente de la vaguada se levantan, a ambos lados de la misma, dos piezas bajas de calidad pétrea que albergan los espacios de acceso, representación y servicios de atención al ciudadano. Ambas materializan —solucionando la diferencia de cota— su condición de soportes por medio de hormigón in situ de cemento blanco y áridos ocres de la región, así como en las dos bandas de huecos estrechos y verticales de las fachadas a la plaza.

Ambas piezas reciben el peso de una viga cajón que con sus casi cien metros cruza la plaza en sentido transversal, comunicando las dependencias de ambos lados. En su interior, los despachos y departamentos se distribuyen en tres plantas de oficina abierta compartimentada por elementos móviles. En contraposición con las piezas inferiores, el vo-lumen horizontal revela su naturaleza prefabricada mostrando en fachada las grandes cerchas de acero que lo sostienen. Todos los elementos —forjados de placas pretensadas, tabiquería y revestimientos—se han montado en obra. Paneles de aluminio envuelven la gran viga en sus caras opacas, y se combinan con vidrio continuo en las caras mayores, norte y sur. En esta última orientación, una segunda piel de lamas de vidrio —serigrafiado con los nombres de los ciudadanos de Benidorm— permite controlar la temperatura interior en función del viento y el sol, gracias a unos sensores colocados en la cubierta. Diez patios, con distinta ubicación según la planta, ofrecen a los empleados una pequeña réplica de la plaza exterior a la que asoman.