El enclave donde confluyen los Estados de Utah, Colorado, Nuevo México y Arizona posee uno de los paisajes más extraordinarios de EE UU. Se trata de Amangiri, un valle desértico a más de 1.000 metros de altura, con profundas quebradas y extensas mesetas, cuya topografía rocosa, formada hace 200 millones de años, presenta hoy un aspecto inquietante, fruto de la erosión. En este lugar sagrado para sus antiguos ocupantes —los indios hopis y navajos—, al pie de uno de los cañones del valle, se enclava un hotel de 34 habitaciones agrupadas en dos alas que, extendiéndose al norte y al sur de un pabellón de zonas comunes, forman una ligera curva que sigue la directriz de la base de la montaña, abriéndose al exterior mediante terrazas individuales que enmarcan las vistas sobre el entorno.

Los materiales utilizados en el proyecto resuenan con los tonos y texturas del paisaje. Mientras que el exterior de los pabellones está definido por muros de hormigón armado cuyos acabados, de tonos terrosos claros, se dejan vistos, y por carpinterías de madera local que recercan los huecos de la fachada, en el interior predominan los revestimientos de piedra local. El conjunto se puntea con detalles pintados en tonos rojos lavados, que evocan los colores ceremoniales de los indios navajos, dando así cuenta del pasado del enclave.