El requisito fundamental de este hotel de doce habitaciones enclavado en la vastedad de la pampa patagónica —junto al Parque Nacional Torres del Paine y a tres horas del centro urbano más cercano— era pasar desapercibido, mantenerse en una suerte de quietud permanente que no contaminase con nada ‘artificial’ el extraordinario paisaje que lo rodea. Con este fin, el edificio renuncia a una volumetría compacta; sus habitaciones se disgregan al modo de cabañas, colonizando en silencio una pradera al borde un bosque de especies autóctonas de hoja caduca, como la lenga (roble de la Tierra de Fuego), el ñirre y el cohigue. Estos árboles flanquean los senderos peatonales que relacionan las cabañas entre sí y con una serie de zonas comunes albergadas en tres volúmenes independientes y construidos, al igual que las habitaciones, con una estructura a base de pies derechos separados 1 metro y levantada del suelo al modo de palafito. Se trata de una disposición que se inspira en las construcciones tradicionales del extremo sur de Chile y que permite combatir la humedad gracias a la ventilación natural.

Con el tiempo, la madera de estas casas construidas exclusivamente con materiales y técnicas locales irá envejeciendo, adquirirá una pátina grisácea. Gracias a ella, el hotel podrá fundirse al fin con su entorno.