Yvonne Farrell (Tullamore, 1951) y Shelley McNamara (Lisdoonvarna, 1952) se graduaron en 1974 en el University College de Dublín, donde enseñarían entre 1976 y 2002, y en 1977 establecieron su estudio en una céntrica calle de la capital irlandesa que daría nombre a la oficina, desarrollando durante un cuarto de siglo una doble actividad de arquitectas y profesoras. Cofundadoras del activista Group ’91, que durante los 90 renovó el barrio Temple Bar, Farrell y McNamara ingresarían en el siglo XXI con dos importantes proyectos públicos en su ciudad —el Instituto de Urbanismo y el Ministerio de Economía— y un singular proyecto privado en Milán, la Universidad Luigi Bocconi, que a su finalización en 2008 haría de la oficina una referencia internacional. Ya en 2006 habíamos comentado el respeto que por su trabajo tenía Kenneth Frampton, y habíamos glosado su ‘sensibilidad en penumbra’, pero la violenta belleza de la obra milanesa, que amalgamaba inteligencia urbana con audacia estructural —y que nos apresuramos a visitar y publicar en Arquitectura Viva— disolvió la penumbra en resplandor, situando al estudio bajo los focos.
Un año después de terminar la extroardinaria Bocconi, AV Proyectos recogió su propuesta para la Escuela de Arte de Glasgow, frente al mítico edificio de Mackintosh —un esquema de rigurosa geometría que aunaba la racionalidad constructiva con la riqueza espacial de su sección, pero que no tuvo éxito con el jurado—, y en 2011 llegó el encargo del campus de la UTEC en Lima, una obra universitaria que seguía a las de Limerick y Toulouse, y cuya culminación celebramos con un artículo de Stanislaus von Moos que elogiaba el atrevimiento de la colosal megaestructura frente al Pacífico, relacionándola con las ‘calles en el cielo’ de los Smithson. El campus vertical de Lima, que tiene un vínculo evidente con el béton brut de las Unités de Le Corbusier y con la robusta expresividad de su admirado Paulo Mendes da Rocha, estuvo presente en su intervención de 2014 en el tercer Congreso de Pamplona, y en la extensa entrevista realizada con ocasión del mismo por el poeta y periodista Antonio Lucas, donde la belleza pragmática de su obra se asociaba a la responsabilidad cívica, y que acabamos publicando bajo el título de ‘Un brutalismo amable’.
La obra musculosa y moral de Farrell y McNamara, capaz de reunir la fuerza estructural de Vilanova Artigas y Lina Bo Bardi con el brutalismo de su etapa de formación —y todo ello en un contexto de exigencia ética que se manifiesta en su atención al ámbito colectivo y urbano—, obtendría en los años siguientes un reconocimiento caudaloso, con el encargo del Edificio Marshall de la LSE en 2016, su nombramiento como directoras de la Bienal veneciana de 2018 o la Medalla de Oro del RIBA y el Premio Pritzker en 2020, saludado con un número de Arquitectura Viva que recogía sus últimas obras universitarias, pero que la pandemia impidió celebrar con la habitual ceremonia. El control del virus y la reanudación de viajes y reuniones en 2022 tuvo para las arquitectas una inesperada compensación, porque el Pritzker de ese año, otorgado a Francis Kéré, se entregó precisamente en el recién terminado edificio de la LSE, y las socias de Grafton Architects pudieron recordar su galardón con el burkinés y los premiados el año anterior, los franceses Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, en una feliz combinación de excelencia ética y estética.