Como buena parte de los pequeños museos españoles —y en especial los de arte moderno—, el de Cuenca fue una iniciativa privada. En 1961, el pintor Fernando Zóbel empezó a buscar el lugar más adecuado para un museo de arte abstracto español, pero no fue hasta 1963 cuando su amigo el conquense Gustavo Torner le propuso dedicar a tal fin las llamadas Casas colgadas, un edificio propiedad del Ayuntamiento de Cuenca, que lo alquiló a Zóbel por una cifra simbólica. Nació así en 1966 un museo conocido desde entonces por su exquisita política de adquisiciones —piezas obtenidas por compra, nunca por donación—, que le ha llevado a atesorar hoy una colección de 1.500 obras de grandes artistas abstractos del país. Pero no sólo es su colección —donada por Zóbel en 1980 a la Fundación Juan March, que desde entonces la gestiona— lo que hace especial a este museo, sino la presencia formidable de las Casas colgadas, un edificio del siglo XV, de recios muros y artesonados mudéjares, que, tras la restauración acometida en 1966 por Fernando Barja y Franciso León Meler, se alza sobre la hoz del Huécar, desafiando a la gravedad. Ahora, coincidiendo con el cincuentenario de su fundación, el Museo acaba de remodelarse, ganando 100 metros cuadrados y aprovechando otros 170 existentes para destinarlos a espacios expositivos. En ellos podrá visitarse hasta el próximo 21 de mayo una muestra celebratoria: ‘El Museo de Arte Abstracto Español: cincuenta años.’