A veces Occidente se obsesiona con la idea de progreso; en otras ocasiones, con la de decadencia; y otras veces ambas nociones quedan completamente fuera del radar. Como muestra, una anécdota personal: la panadería del barrio de la ciudad italiana donde nací y crecí se llamaba en aquella época, lo recuerdo perfectamente, Il Forno Moderno. A principios de los ochenta el negocio cerró, y después de unos años volvió a abrir, con el nuevo nombre de L’Antico Forno. La última vez que fui, hace poco, la panadería había desaparecido y el lugar lo ocupaba ahora —como es frecuente en Italia— una tienda de teléfonos móviles. En el rótulo, ninguna referencia a lo moderno ni a lo antiguo; el nombre del local (al menos el único nombre visible en el escaparate) era Global Roaming, en inglés.
La revolución digital que marcó la arquitectura a finales del siglo XX puede que fuera la primera revolución autoproclamada en la historia occidental reciente que tuvo lugar en su mayor parte ajena a cualquier filosofía de la historia establecida (volviendo a la anécdota de la panadería: ni futuro, ni pasado, sólo global roaming). Esto puede parecer insólito, puesto que la idea de revolución generalmente implica una disrupción. Claro, que una revolución es un constructo ideológico moderno. Si se intenta hacer la revolución en un contexto posmoderno, lo lógico es que pasen cosas raras, como de hecho ocurrieron... [+]