Ha aparecido en escena un nuevo modelo de manufactura, el de la Tercera Revolución Industrial, que crece de manera exponencial. Ya hay centenares de empresas que fabrican productos físicos con un software parecido al que genera información en forma de vídeo, audio y texto. Este proceso recibe el nombre de impresión 3D.
Hoy en día ya se están fabricando desde joyas hasta piezas de aviones o prótesis humanas con impresoras 3D. Muchos aficionados fabrican objetos y piezas por su cuenta. Los consumidores están dejando paso a los ‘prosumidores’ en la medida en que las personas se convierten en productoras y consumidoras de sus propios productos.
La impresión 3D difiere en varios aspectos importantes de la manufactura centralizada convencional.
En primer lugar, hay poca intervención humana aparte de la creación del software. Y dado que este se encarga de todo, parece más pertinente describir este proceso como ‘infofacturación’ en lugar de ‘manufacturación’.
En segundo lugar, los ‘pioneros’ de la impresión 3D han sentado las bases para que el software que usan las impresoras sea de código abierto y que los prosumidores compartan sus diseños en redes de usuarios de esta tecnología. Esta noción de diseño abierto concibe la producción como un proceso dinámico en el que miles —o hasta millones— de usuarios aprenden unos de otros colaborando en proyectos.
En tercer lugar, a diferencia de la manufactura tradicional, la impresión tridimensional es un proceso aditivo, que sólo utiliza una décima parte del material que se emplea en la manufacturación sustractiva, otorgando a la impresión 3D una ventaja muy clara en cuanto a eficiencia y productividad.
En cuarto lugar, las impresoras 3D pueden imprimir sus propias piezas de recambio sin necesidad de invertir en piezas nuevas y caras ni sufrir retrasos por la espera.
En quinto lugar, el movimiento de la impresión 3D está profundamente comprometido con una producción sostenible y hace hincapié en la durabilidad, el reciclaje y el uso de materiales no contaminantes.
En sexto lugar, los usuarios de impresoras 3D pueden abrir un negocio, conectarse a cualquier lugar donde exista una infraestructura IdC (Internet de las cosas) y disfrutar de unas eficiencias termodinámicas muy superiores a las de las fábricas centralizadas, con una productividad mucho mayor.
Finalmente, conectarse a una infraestructura IdC local confiere a los pequeños infoproductores una ventaja definitiva sobre las empresas centralizadas y la integración vertical de los siglos XIX y XX, porque pueden alimentar sus vehículos con energía renovable con un coste marginal casi nulo, reduciendo considerablemente los gastos logísticos de la cadena de suministro, así como los gastos de envío.
La capacidad de producir, comercializar y distribuir productos físicos dondequiera que exista este tipo de infraestructura tendrá una influencia enorme en la organización espacial de la sociedad. La Tercera Revolución Industrial no requerirá grandes centros de producción. La impresión 3D es local y global a un mismo tiempo; al ser muy transportable, permite que los infoproductores puedan trasladarse con facilidad a cualquier lugar donde haya una infraestructura IdC a la que conectarse. Cada vez habrá más prosumidores que fabricarán productos sencillos en su casa. Es muy probable que las empresas 3D pequeñas y medianas dedicadas a infofabricar productos más complejos se agrupen en parques tecnológicos para establecer una escala óptima. El domicilio y el lugar de trabajo ya no estarán separados por distancias largas. Y puede que los grandes núcleos urbanos y las zonas suburbanas con un crecimiento desmedido sean sustituidos poco a poco por otros núcleos urbanos más pequeños, de 150.000 a 250.000 habitantes, rodeados de nuevas zonas verdes.
Este texto es un extracto de La sociedad del coste marginal cero (Paidós).