Se da por supuesto que parte de las ventajas competitivas de China se deben a su poca preocupación por la seguridad en el trabajo y por el entorno. Sin embargo, para construir en Shanghái se exige un veinticinco por ciento de prefabricación, sustituyendo los métodos tradicionales, con un objetivo a medio plazo del cincuenta por ciento. Objetivos: disminuir la contaminación y reducir los accidentes laborales.
En Alemania, una antigua base americana cerca de Frankfurt se va a convertir en una ciudad inteligente a toda velocidad para albergar, entre otros, a parte de los refugiados que ha acogido el país en los últimos meses. La prefabricación a gran escala permitirá que esté terminada en 2019, centenario de la fundación de la Bauhaus.
En España, una empresa construye cuartos de baño completos, que se insertan sellados en el edificio cuando la estructura se termina y se abren sólo en el momento de la entrega de llaves.
Estos ejemplos de prefabricación comparten una característica común: a diferencia de la prefabricación clásica, que se realizaba en taller pero con medios manuales, ahora se basan en una fabricación muy automatizada.
Es interesante observar que esta automatización controlada digitalmente permite una gran flexibilidad. Es tan eficiente repitiendo una pieza mil veces como generando mil piezas diferentes. De esta forma, el resultado se aleja por completo de la imagen monótona y rígida que tenemos asociada a la prefabricación y por ello se prefiere usar en su lugar ‘industrialización’, que tiene un significado más ambicioso.
Este proceso requiere que el edificio, o las partes que se van a fabricar, hayan sido modeladas previamente en un medio digital, de donde toman las instrucciones los ordenadores que controlan los robots y el resto de la maquinaria.
Algunos componentes de los edificios se han adelantado en el uso de estas posibilidades, porque encajan de forma más natural. Por ejemplo, hace tiempo que una estructura metálica irregular, como la del Museo Guggenheim, se define totalmente en la etapa de proceso usando un programa informático, de donde pasa directamente al programa que da las órdenes a la máquina que corta, mecaniza y une las barras. A la obra se envían las partes ya ensambladas, sin más limitaciones que el tamaño de los medios de transporte, y allí se realiza el montaje final.
Los componentes más convencionales, como los cerramientos, han tardado más en llegar a este punto, pero ya hay maquinaria capaz de componer muros con todas sus capas y todas sus instalaciones embebidas, sin ninguna intervención manual. Hay robots que fabrican carpinterías, maquinaria guiada por GPS que realiza el movimiento de tierras en base a un modelo y se empieza a pensar en grandes impresoras en tres dimensiones, que construyen el edificio in situ por capas.
Es evidente que para aprovechar estos nuevos sistemas el edificio tiene que estar completamente definido antes de que se pueda iniciar la ejecución, en tres dimensiones y con medios digitales, como ocurre hace mucho en el resto de la industria. Esta condición se cumple de forma natural cuando se utiliza la metodología BIM (Building Information Modeling), cuya intención original es generar la documentación tradicional del proyecto, pero que encuentra ahora un objetivo mucho más ambicioso: pasar directamente del modelo elaborado por el diseñador al edificio construido, sin intermediarios que interpreten los planos, en el entorno de comunicación entre máquinas que se conoce como la Industria 4.0. o el Internet de las Cosas. ¿O deberíamos llamarlo el Internet de las Casas?
La idea de que la construcción puede llegar a ser una industria ‘normal’ requiere un cambio de mentalidad que ya se ha iniciado, como demuestran estos ejemplos. La tecnología informática no es la cultura, pero proporciona la infraestructura necesaria para dar soporte a este cambio.