Antonio Fernández Alba recibió la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo el 31 de julio de 2001, y aquí se transcribe la laudatio de Luis Fernández-Galiano, que al no haber sido redactada previamente conserva un tono coloquial y una coloración impresionista que acaso transmite bien el carácter del personaje, complementando así el balance de su carrera publicado en Arquitectura Viva 180 como introducción a la conversación con el arquitecto que todavía puede verse en Netflix.
Hace unos días se ofrecía aquí el Premio Menéndez Pelayo a Miguel León-Portilla, y se subrayaba que no era aquella la distinción más importante que recibía el galardonado. Hoy habría que decir lo propio: Antonio, seguro que no es esta la distinción más importante que recibes. Pero déjame que me atreva a pensar que es la más apropiada; la más apropiada para alguien que ha hecho de la arquitectura un ejercicio de pensamiento y de reflexión.
Regresas a esta península de la Magdalena y a este palacio que ha sido tu casa en tantas otras ocasiones, desde aquel ya lejano 1953, en que viniste por primera vez acompañando una pionera exposición de arte abstracto que había organizado José Luis Fernández del Amo, y para participar en el primer curso de arte abstracto que se impartió tras la guerra, con Ramón Molezún, los hermanos Saura, Millares y tantos otros amigos artistas y arquitectos. Han pasado muchos años y has regresado muchas veces; algunas conmigo, como en los años 1983 y 1984, con Santiago Roldán de rector. Con José Luis García Delgado ya a los mandos de la institución, volvimos a este palacio, un palacio de palabras, y a esta península, una península de pensamientos y presencias, construidos ambos con los pasos que se han cruzado y las voces que en ellos se han oído durante el último medio siglo...