Plenitud del vacío

Luis Fernández-Galiano 
01/01/2014


La arquitectura de Kengo Kuma es un ejercicio ejemplar de despojamiento. Pese a la importancia que en su obra adquiere el material, todos y cada uno de los proyectos manifiestan una voluntad de desnudez que sólo cabe calificar de espiritual. La disolución de la forma mediante la luz y la fragmentación elemental de los diferentes materiales crea atmósferas de exacta serenidad y sencillez, que Juhani Pallasmaa denomina ‘líricas’ porque difícilmente pueden percibirse de otra manera, pero que también merecen considerarse ‘espirituales’, ya que elevan la experiencia estética a un plano superior de contemplación, donde —como en el mejor teatro N?— la emoción brota de la quietud. El gran dramaturgo Zeami proponía mover el corazón de los espectadores de ese teatro japonés eliminando la danza, la música y aun la palabra, y es posible que Kuma consiga un efecto semejante prescindiendo en sus obras de recursos formales para disolver el espacio en un vacío luminoso.

Este desprendimiento de lo necesario que en Occidente asociamos a la doctrina zen, al silencio y al recogimiento como fuentes inmóviles de elegancia vital y espiritual, ha tenido muchos glosadores, pero quizá ninguno tan lúcido como Octavio Paz, que encontró en Japón una escuela de sensibilidad, porque a diferencia de la India «no nos ha enseñado a pensar sino a sentir». En su ensayo sobre la tradición del haiku, el escritor mexicano ilustra la ‘plenitud del vacío’ con Matsuo Bash?: ‘Narciso y biombo: / uno al otro ilumina / blanco en lo blanco’.

«El poeta traza en tres líneas la figura de la iluminación y, como si fuese un copo de algodón, sopla sobre ella y la disipa». No muy distinto es el efecto que producen los espacios livianos de Kuma —por no hablar ya de instalaciones tan etéreas y emocionantes como las expuestas en la Royal Academy londinense—, perfecta expresión del rotundo dictamen de Paz: «el refinamiento es simplicidad; la simplicidad, comunión con la naturaleza».

En la obra del arquitecto japonés, la comunión con la naturaleza se manifiesta en la abstracción lírica del despojamiento, pero también en la paleta táctil de materiales extraídos de la tierra donde se levantan, y con los cuales crea atmósferas intangibles y mundos sutiles no diferentes a los que amaba nuestro Antonio Machado, «ingrávidos y gentiles como pompas de jabón». Su coetáneo el filósofo Miguel de Unamuno pensaba que es tarea del poeta ‘esculpir la niebla’, excavando ideas acuñadas con palabras exactas en el magma impreciso de sentimientos y reflexiones, de igual forma que el escultor extrae figuras de la piedra informe, pero el talento y el oficio artístico de Kuma se describe mejor como ‘construir la niebla’, y acaso por ello ordenamos aquí los materiales de sus obras en una secuencia de desvanecimiento, que se inicia con lo pétreo y lo cerámico, y se diluye por último en jirones de bruma con las fibras vegetales. ‘Es primavera: / la colina sin nombre / entre la niebla’.

Luis Fernández-Galiano


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