Pesquisas escocesas

: El Parlamento de Escocia, obra póstuma de Miralles, se ha inaugurado con admiración por su lírico lenguaje y polémica por su descontrol presupuestario.

Luis Fernández-Galiano   /  Fuente:  El País
30/04/2005


Lord Fraser discrepa de Bismark. El canciller alemán aseguraba que es preferible no saber cómo se hacen las salchichas y las leyes; el parlamentario británico, en la tradición de ‘luz y taquígrafos’, ha dirigido una encuesta para esclarecer cómo se ha construido la sede donde se elaborarán las leyes escocesas, un edificio presupuestado en 60 millones de euros que ha superado los 630. La lectura de su informe —un libro de 270 páginas que, al precio de 15 libras, se puso a la venta el 15 de septiembre— hace pensar si, después de todo, no sería preferible ignorar cómo se hacen las salchichas, las leyes o los edificios; especialmente aquéllos donde las leyes se cocinan y que, acaso por ello, consiguen materializarse en zonas de penumbra normativa. Después de varios meses de comparecencias que han hecho de la Holyrood Inquiry una fuente de revelaciones escandalosas en la televisión o en los periódicos, el ponderado informe de Lord Fraser es tan ilustrativo y ameno como inquietante: este ejercicio de transparencia democrática muestra la extrema ineficacia y despilfarro de la democracia misma.

El caligráfico diseño de los singulares huecos, que los ha convertido en emblemas abreviados de una obra fragmentada, ha sido también fuente de censuras por su falta de adecuación a la escasa luz de las latitudes escocesas.  

Fallecidos en 2000 tanto Enric Miralles, autor del proyecto, como Donald Dewar, promotor entusiasta de la obra —primero en su condición de Ministro para Escocia del gobierno laborista que estableció las bases de la autonomía, y como Primer Ministro de Escocia tras las primeras elecciones legislativas—, habría sido sencillo culpar al arquitecto y al cliente desaparecidos de los retrasos y el descontrol económico que han multiplicado por diez el coste previsto de la sede parlamentaria. Pero el informe, deplorando la evasión de responsabilidades manifestada por la práctica totalidad de los declarantes en la investigación —«yo no he sido», asegura Lord Fraser que fue el común denominador de sus audiencias—, evita buscar chivos expiatorios, y reparte sus censuras ecuménicamente. Evaluando en sus justos términos el encarecimiento provocado por el aumento en un tercio de la superficie útil o por las medidas de seguridad motivadas por el 11-S, el principal reproche recae sobre el método de contratación utilizado —un sistema fast-track que, en aras de una rapidez de ejecución paradójicamente malograda, superpone la redacción del proyecto y las sucesivas licitaciones de la obra, manteniendo el presupuesto en permanente revisión—; pero no se libran de la crítica los responsables políticos ni los arquitectos.  

Dewar, aspirando a convertirse en «el más importante mecenas de la arquitectura pública en 300 años», aprobó, en busca siempre de la calidad, todos los cambios e incrementos de coste, como después haría la comisión del Parlamento escocés —formada por diputados sin experiencia alguna en materia de obras— que le sustituyó en el papel de cliente. La oficina de Miralles, por su parte, aparece en el informe como escasamente capaz de responder a las demandas de una obra de esta escala y en conflicto constante con el despacho asociado de Edimburgo, RMJM. Según la revista The Architects’ Journal, tanto Benedetta Tagliabue —viuda de Miralles y actual responsable del estudio— como los directores de RMJM recibieron, después de declarar en la investigación, sendas cartas de Lord Fraser advirtiéndoles de que serían objeto de censura en el informe público, como finalmente ha ocurrido. En opinión del parlamentario tory —que lamenta ácidamente el embargo por la BBC de las entrevistas grabadas a Dewar y Miralles para su aún inédito programa The Gathering Place, y que hubieran podido reemplazar los imposibles testimonios de los dos protagonistas ausentes—, nada resume mejor su encuesta que una nota manuscrita del consultor Ian McAndie, fechada en marzo de 1999: «Nadie le dice a Enric que piense seriamente en términos económicos.»

Los volúmenes fracturados del Parlamento escocés se integran en el corazón histórico de Edimburgo con una voluntad coreográfica presente también en la articulación extrema y el movimiento detenido de los cálidos espacios interiores.

El clima de la opinión en lo que es ya una cause célèbre lo refleja quizá el diagnóstico de una diputada escocesa, Margo MacDonald: «Todo lo catalán tenía entonces un aura rosada, y de repente aparece Enric, que era una persona encantadora. Pero fue una vergüenza y un desastre que se le eligiera como arquitecto, y probablemente también un escándalo.» En esta atmósfera de indignación, las críticas arrecian por los motivos más dispares: los defensores del patrimonio lamentan que el Parlamento no se instalase en un edificio histórico como el Assembly Building de la Iglesia de Escocia; los empresarios locales deploran la madera francesa, el granito chino y el acero japonés, en contra de la promesa inicial de usar materiales escoceses; y los diputados denuncian la falta de flexibilidad de la planta, el exceso de hormigón de los revestimientos y la ausencia de luz en los despachos, iluminados por unas caligráficas ventanas que se han convertido en el rasgo más característico del proyecto, pero que a juicio de los parlamentarios se adaptan mejor a la luz intensa del Mediterráneo que al clima escocés. Cuando a finales de agosto el edificio se inundó, obligando a desalojar las oficinas de la policía en los sótanos, el caricaturista Hellman aprovechó la ocasión para recordar festivamente la metáfora de barcos volcados que había inspirado originalmente el proyecto, y que ahora se asocia inevitablemente al naufragio económico y funcional del paquebote parlamentario.

La liviandad simbólica del proyecto original tuvo que adaptarse, en el curso de un prolongado desarrollo, a las demandas de seguridad impuestas tras el 11-S en los edificios públicos, incluyendo pesados muros de protección de impactos. 

El informe de Lord Fraser pone espacial énfasis en advertir que no emite opiniones estéticas, recordando que la decisión del jurado que eligió a Enric Miralles en 1998 fue unánime, y glosando algún ejemplo de proyectos emblemáticos que fueron polémicos durante su ejecución para convertirse en iconos universalmente aceptados a su término.Subraya igualmente que el principal enfrentamiento de naturaleza simbólica entre el arquitecto y el cliente, referido a la forma de la cámara, no tuvo repercusiones significativas en el coste. Miralles prefería una disposición en arco, ya que, como destacaba en su día, «los asientos del Parlamento son un fragmento de un anfiteatro mayor donde los ciudadanos puedan sentarse en el paisaje», mientras que los parlamentarios demandaban un hemiciclo en herradura que les permitiese mirarse desde los escaños, llegándose al final a una solución intermedia. Tagliabue recupera hoy estas intenciones cuando asegura que quisieron relacionar la obra con la naturaleza y la ciudad, evitando tanto los modelos parlamentarios centralizados de Le Corbusier y Louis Kahn como la representación de la democracia con edificios enfáticamente transparentes.

Señala la responsable del despacho barcelonés a Diseño Interior que el público accede al Parlamento por la plaza del palacio de Holyrood, mientras los políticos lo hacen por un nivel más alto, de manera que se crucen sin llegar a tocarse. «El día que los escoceses quieran protestar», añade, «podrán hacerlo en el anfiteatro público que hemos construido a los pies del Parlamento». El contenido del informe de Lord Fraser —con momentos sórdidos como las pugnas interminables por los honorarios y episodios tan disparatados como la designación de compromiso del fallecido Miralles como ‘persona principal’ del proyecto, y responsable último, por tanto, de las decisiones en el curso de la obra— pueden darles algún motivo para ello. Pero, lo mismo que la emoción del arte es independiente de su precio, y al igual que es dudosa la prolongación artificial de un idioma formal tan singular como el de Miralles, tampoco es seguro que queramos saber todo lo que ocurre en los opacos laberintos de la creación o la política. Sin dejar de expresar admiración por ese ejemplar ejercicio de la democracia anglosajona que ha sido la Holyrood Inquiry —el informe termina con humor lacónico indicando que se ha redactado dentro del presupuesto y los plazos previstos— quizá Bismark tenía también algo de razón al recomendar la ignorancia sobre las tripas comestibles o las tripas del poder.


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