Padres fundadores

El premio Pritzker 2001, que se entregará en Monticello, la mansión neoclásica de Jefferson, ha recaído en los suizos Herzog y de Meuron.

Luis Fernández-Galiano   /  Fuente:  El Pais
01/01/2002


Jacques Herzog y Pierre de Meuron recibirán su Pritzker en Monticello, y este azar feliz acentúa su perfil de padres fundadores de la arquitectura del siglo que comienza. La mansión virginiana de Thomas Jefferson, hito de la arquitectura neoclásica y santuario de la política norteamericana, es un escenario especialmente apropiado para homenajear a una pareja suiza que ha amalgamado el arte con la naturaleza y la vida cotidiana, y cuya obra geométrica y táctil se ha convertido en acaso la más influyente del momento. Sólo su antecesor en el galardón, el holandés Rem Koolhaas, puede competir con los arquitectos de Basilea en ambición demarcadora de nuevos territorios, y la selección de estas figuras enfrentadas y complementarias como charnelas del tránsito del siglo es un acierto del jurado del Pritzker que ilumina el premio con agudeza crítica e intuición histórica. La última etapa de la arquitectura se ha alimentado del diálogo polémico entre holandeses y suizos, y la distinción de los jefes de filas de ambas escuelas subraya tanto el vigor de la creación europea como el rigor del premio americano, que con ésta llega a la décima edición consecutiva sin recaer en autores de ese continente: tras Robert Venturi en 1991, el Pritzker se ha otorgado a dos japoneses y ocho europeos, reflejando con fidelidad el campo gravitatorio del debate actual. Por lo demás, el arco voltaico de divergencias entre Rotterdam y Basilea se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en una fértil pasarela de comunicación, asociándose Koolhaas con Herzog y de Meuron en numerosas aventuras profesionales, del concurso compartido de Pittsburg al encargo conjunto de Schrager o al complementario de Prada, que suman la inteligencia subversiva del holandés con la sensibilidad refinada de los suizos para roturar el territorio de la arquitectura que viene.

En este empeño los de Basilea aportan veinte años de biografía deslumbrante, alumbrada en sus inicios por Rossi y Beuys, y jalonada con obras tan exactas en su materialidad exquisita como el centro de señalización ferroviaria en su propia ciudad, la galería Goetz en Múnich o las bodegas Dominus en el californiano Valle de Napa: una caja vendada con cintas de cobre, un cofre de abedul y vidrio translúcido, y un prisma horizontal de gaviones basálticos que reconcilian la precisión de la disciplina con la violencia de la pasión. Una trayectoria que ha culminado en los últimos dos años edificios con la sugestión epitelial de la biblioteca de Eberswalde o la farmacia hospitalaria en Basilea, e intervenciones en construcciones existentes tan eficaces como el Museo Küppersmühle en Duisburg o la Tate Gallery en Londres; y que ha llegado a una inflexión singular con las oficinas de Ricola en Laufen, una obra de comunión con la naturaleza que abre esa última etapa de emoción donde se inscriben los proyectos españoles de Tenerife y Barcelona. Cuando recojan sus medallas en Monticello, los suizos rendirán tributo a un presidente-arquitecto aborrecido por los conservadores norteamericanos, que reprochan a este padre fundador de la nación su paternidad irresponsable con su esclava Sally y su simpatía por la Revolución Francesa, y cuya utopía agraria com-paran desfavorablemente con el modelo industrial de su rival Hamilton. Sin embargo, fue Hamilton el que recomendó a Jefferson para la presidencia, y éste quien instaló un busto de Hamilton frente a su propio retrato en Monticello, para que «siguieran oponiéndose después de muertos», confirmando ese diálogo vigoroso inseparable de los momentos fundacionales que Jacques Herzog y Pierre de Meuron han sabido establecer con su predecesor en el pre-mio. Algunos piensan que América es hoy jeffersoniana en la teoría y hamiltoniana en la práctica, y es posible que la arquitectura emergente de nuestro tiempo habite también en ese lugar ambiguo donde se cruza la utopía artística de los suizos con el modelo pragmático de los holandeses. Pero en Virginia, durante unas horas, sólo existirá Basilea.


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