Según el hiperurbanita Koolhaas, el futuro de la humanidad está en el campo. El presente, no. Por eso sigue trabajando en entornos poco sospechosos de rurales: las polis de Europa y las megaciudades de China o de los reinos del Golfo Pérsico. La inauguración de la última obra de OMA en esta región, la Biblioteca Nacional de Qatar, ha coincicido con la del Louvre Abu Dabi de Nouvel: dos ejemplos de la vocación por construir un presente cultural de prestigio, emulando a Occidente. Todo a golpe de petrodólar.

Situada en la llamada ‘Ciudad de la Educación’ y financiada por la Qatar Foundation, la biblioteca es quizá la mayor construida en lo que llevamos de siglo. Tiene una superficie de 45.000 metros cuadrados y acoge una extraordinaria colección de libros en veinte idiomas (del español al tamil, pasando por el malayo o el ruso) y de manuscritos raros relacionados con la cultura islámica. Estas joyas bibliográficas están resguardadas en un precioso cofre que, por su apariencia, desmiente la condición hermética de arca del tesoro que uno podría esperarse. Por el contrario, se abre con largueza al exterior, mostrando sus entrañas a través de las dos superficies acristaladas que se extienden entre otros dos planos plegados de hormigón armado. El resultado es un cuerpo adamantino que parece sacado de las utopías cristalinas de los expresionistas, pero que en realidad es una pieza consistente con el lenguaje a medias neoconstructivista y a medias corporativo de Koolhaas. Un nuevo icono, en cualquier caso.