Al mismo tiempo que se inauguraba la Exposición Universal de Milán, abría sus puertas a las afueras de la misma ciudad la Fundación Prada, una institución que, sin duda, será más perdurable que los pabellones de la gran muestra. Será más perdurable por la calidad de su arquitectura, pero también por la de su colección atesorada por Miuccia Prada y Patrizio Bertelli, que incluye nombres como los de Maurizio Cattelan, Lucio Fontana, Bruce Nauman, Robert Rauschenberg, Louise Bourgeois o el inevitable Damien Hirst. A la colección permanente se sumarán las exposiciones temporales, la primera de las cuales, comisariada por Salvatore Settis, está dedicada a la seriación de obras de arte durante la Antigüedad clásica. No es casual que la seriación haya sido el tema de la muestra inaugural, habida cuenta del interés que manifiesta por la clonación y lo genérico el autor del edificio, Rem Koolhaas, que ha actuado con inteligencia y sensibilidad sobre una antigua destilería para construir una de sus mejores obras entre la producción desigual de su estudio en los últimos años. Con una superficie de 19.000 metros cuadrados, la intervención se aleja del esquema de la white box típica del museo moderno, para adoptar la forma de un collage de edificios y lenguajes, donde las jerarquías no resultan claras y lo moderno se equipara con lo antiguo. Todo ello bajo la sorprendente sombra dorada de una torre revestida con pan de oro.