Nuevas escuelas infantiles
Utopías pedagógicas
Junto con los museos, las óperas y los parlamentos, uno de los tipos específicamente modernos que se desarrollaron en el siglo XIX fueron los edificios dedicados a la enseñanza. Primero se trató de las universidades, que se actualizaron para convertirse en sede de una educación cada vez más masificada. Después vinieron los institutos y liceos, que se diseñaron como réplicas en miniatura de las universidades. Finalmente, el turno de modernización les llegó a las escuelas primarias, que se vieron como la cifra del impulso reformista de los gobiernos.
El turno de las escuelas infantiles y guarderías no llegó hasta mucho más tarde, pese a que las reformas educativas —sobre todo desde los tiempos románticos de Pestalozzi, Fröbel y Montessori— siempre habían insistido en la importancia de contar con lugares adecuados para la formación de los más pequeños. Así, hubo que esperar a la segunda mitad del siglo XX para que el ascenso demográfico, unido al impulso de las socialdemocracias, alentara en algunos lugares la investigación arquitectónica en las escuelas infantiles y guarderías. Fue la época de las célebres y aún ejemplares Escuelas de Reggio-Emilia, concebidas para atender a los hijos de madres viudas tras la II Guerra Mundial en el norte de Italia, y en las que se intentó fomentar la creatividad y la sociabilidad infantiles creando tipos arquitectónicos abiertos al intercambio y dotados de espacios luminosos y alegres capaces de animar tanto al juego como al aprendizaje. En las décadas de 1960 y 1970, las escuelas funcionaron en parte como un campo de experimentación donde tuvieron cabida también las ideas estructuralistas de Bakema, Habraken y, sobre todo, de Van Eyck, autor de la célebre escuela para huérfanos en Ámsterdam.
Pese a su interés, estos ejemplos no calaron a medio plazo, de manera que el diseño de guarderías y escuelas infantiles en general sigue consistiendo hoy en poco más que en la adaptación más o menos airosa de edificios existentes y de centros concebidos para niños mayores. De ahí el interés de aquellos ejemplos en los que el diseño para los más pequeños se asume, desde el principio, como un reto, y se acaba traduciendo en edificios singulares que podrían incluso resultar modélicos.
Este quiere ser el caso de las cuatro escuelas infantiles seleccionadas en estas páginas: la primera, situada en Copenhague y proyectada por Cobe, se concibe como una verdadera ciudad en miniatura; la segunda, de MAD Architects en Pekín, es la transformación de una vieja casapatio en un kindergarten abierto a la luz y la vegetación; la tercera, situada en la ciudad alemana de Ditzingen y diseñada por Barkow Leibinger, hace de la referencia tipológica a la cabaña elemental y del uso de la madera sus motivos fundamentales; la última, construida por TRACKS en la localidad francesa de Pertes-en-Gâtinais, convierte su cubierta a dos aguas en emblema de la idea de comunidad.