Desde lejos, el mercado que MVRDV ha levantado en Rotterdam podría sugerir una especie de arco del triunfo, un monumento con las dimensiones de las Termas de Caracalla. Se trata sólo de un espejismo, pues conforme el visitante se acerca al ojo central de edificio, la impresión que produce este es lúdica, casi psicodélica: los cien puestecillos del mercado quedan arropados por una bóveda de paneles de aluminio serigrafiados con limones, fresas, manzanas o plátanos de colores vivos que conforman un inmenso bodegón, algo así como el sueño estupefaciente de un frutero.
Especie de templo pop de los productos frescos, el mercado es también una gran infraestructura que, en la estela de las mejores obras de MVRDV, aumenta la densidad del barrio donde se ubica, el Laurens Quarter —corazón de Rotterdam hasta su completa destrucción por los bombardeos alemanes de la II Guerrra Mundial—, y propone un sorprendente programa de usos mixtos. Como si se tratase de casitas acodadas sobre una vieja catedral o quizá como un panóptico vuelto del revés, los 230 apartamentos se van apilando en torno al gran vacío del mercado, adaptándose a la sección curvilínea del conjunto, que se extrusiona como si fuese un churro o un perfil de aluminio hasta alcanzar casi cien metros de longitud. Se trata de un edificio que Koolhaas no dudaría en clasificar como XL, y que demuestra al cabo que Rotterdam no ha dejado de ser —desde los tiempos de Mentink y Maaskant— el laboratorio de una extraordinaria arquitectura.