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Inauguración del Apple Park de Foster

Curvas y fetiches

30/11/2017


La mercadotecnia, convertida ya en cultura popular, nos hizo ver a Steve Jobs como un genio obsesionado por crear objetos tan perfectos que pudieran convertirse en los fetiches que, sin saberlo, necesitábamos: fetiches tecnológicos delimitados por curvas. Curvas que no ofrecen resistencia al movimiento del dedo por la carcasa del aparato; curvas que enmarcan elegantemente las pantallas; curvas que ofrecen cierta promesa de sensualidad enfriada por la sílice y el vidrio.

Ya enfermo, Steve Jobs se embarcó en el proyecto de la nueva sede de Apple en Cupertino, California. Y quiso desde el principio que, del mismo modo que el iPhone llevaba la firma implícita de Jobs, el edificio fuera también un edificio de marca. Para ello eligió a Norman Foster, reconocido amante de las suaves curvas de los aviones. Durante meses, Jobs trabajó mano a mano con Foster en lo que cabe suponer un intercambio extraordinario y por momentos tenso, de tal manera que, al morir Jobs en 2011, el proyecto había adoptado ya el esquema que podemos admirar hoy, una vez terminado el edificio: el de un inmenso aro rodeado de una gran sabana de robles autóctonos y cuyo coste se estima en los 5.000 millones de dólares.

El aro se acompaña por un pabellón que, replicando en miniatura el esquema general, se remata con una cubierta de fibra de carbono de 40 metros de diámetro (poco menos que el Panteón de Roma), sin que por ello deje de producir la sensación de que flota sobre una liviana envoltura de vidrios curvados. Se destinará a presentaciones de productos semejantes a las que hicieron de Jobs una figura global, y cabe pensar que el genio obsesionado por las curvas se hubiera sentido a gusto en él.


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