Quizá los tiempos del confinamiento dejen aprehender mejor el trasluz metafísico que Giorgio Morandi hallaba en lo cotidiano, con los bodegones que plasmó a lo largo de una vida en la que apenas abandonó su apartamento boloñés (véase Arquitectura Viva 66). En su reclusión voluntaria centró su mirada en recipientes dispuestos con esmero, haciendo de la naturaleza muerta, tradicionalmente un género menor, una reflexión primordial. De ello da cuenta la madrileña Fundación Mapfre, que hasta el 9 de enero traza un recorrido por la producción de Morandi, acompañándola con obras contemporáneas deudoras de la pintura del maestro.