Actualidad 

Madrid Central

Ciudad sin coches

28/02/2019


Desde que Haussmann y Cerdá constataran la importancia del tráfico en las ciudades, el urbanismo ha servido a los coches, pero, bien entrado el siglo XXI, la servidumbre a los automóviles comienza a remitir. Lo demuestran los programas de peatonalización y control de la circulación que en la última década han comenzado a aplicarse, con mayor o menor radicalidad y fortuna, en muchas grandes ciudades del mundo, entre ellas Madrid.

Las polémicas causadas por la decisión de vedar parcialmente el paso a los vehículos al corazón de Madrid han sido virulentas. Nadie ha perdido la oportunidad de convertir la medida en un arma política arrojadiza: unos, jugándoselo casi todo a una carta, para hacer de Madrid Central el símbolo de una manera presuntamente inédita, casi revolucionaria, de gobernar las metrópolis; otros, considerando que la decisión estrella de Manuela Carmena y su equipo es pura demagogia con efectos negativos en la economía de la ciudad.

Con todo, desde su inauguración a principios de año, y a falta de conocerse los datos reales de su impacto en el comercio, el turismo y la ecología urbana, Madrid Central ha desmentido, con los hechos, tanto la condición revolucionaria que unos le adjudicaban como el apocalipsis que otros decían que iba a provocar. El cierre parcial de la almendra madrileña (uno de los centros históricos más grandes de Europa) ni ha supuesto una crisis circulatoria en el área afectada ni ha colapsado el tráfico general de la ciudad, ni tampoco ha causado problemas a vecinos y repartidores. Dicho esto, Madrid Central —una operación relativamente modesta en cuanto a su presupuesto y que ha tenido por hito la ampliación de las aceras de la Gran Vía— se ha inscrito en la política local que desde hace quince años viene peatonalizando el centro de la ciudad y en la política general, común a tantas urbes europeas, de penalizar a los vehículos con motor de explosión.

Madrid Central no ha sido, por tanto, una medida revolucionaria; ha sido un ejemplo de intervención reformista más afín al sentido común que a los debates partidistas. La mejor prueba de ello es la aceptación que ha tenido entre los residentes.


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