Estética Stealth

Luis Fernández-Galiano   /  Fuente:  El País
30/11/2015


Jacob nunca olvidará el día en que Rem Koolhaas le llevó a conocer la carne. El hijo de la directora de la Biblioteca de Seattle había decidido abandonar su dieta vegetariana, y el arquitecto le invitó a cenar en Wild Ginger, donde hizo que les sirvieran todas las carnes de la carta para que el joven comenzara a familiarizarse con ellas. Lo cuenta su madre a John Marshall en el Seattle Post-Intelligencer, manifestando tanto entusiasmo por los gestos paternales del holandés —«Rem acted like a father figure to my son»— como por el propio edificio del que ha sido cliente e impulsora. Pero Deborah Jacobs no es la única en expresar una admiración torrencial por la última obra del polémico arquitecto de Rotterdam. En Time, Ricard Lacayo escribe: «Si Picasso pintase una biblioteca, tendría el aspecto de ésta»; y en The New York Times, Herbert Muschamp inicia su crónica asegurando que, «en más de treinta años ejerciendo de crítico de arquitectura, éste es el edificio nuevo más fascinante que he tenido el honor de reseñar».

Las características formas plegadas del mítico caza invisible F-117 Stealth han influido tanto en los volúmenes de hormigón de la Casa da Música de Oporto como en los planos de vidrio de la Biblioteca de Seattle.

La inauguración de la biblioteca es desde luego un hito en la trayectoria de Koolhaas, que hasta ahora había tenido poca fortuna en sus proyectos americanos. En los últimos cinco años ha sufrido la cancelación de cuatro grandes encargos: la sede central de los estudios Universal en Los Ángeles, un hotel de Ian Schrager en Manhattan diseñado en colaboración con los suizos Herzog & de Meuron, y dos importantes museos de arte, el nuevo edificio del Los Angeles County Museum of Art (LACMA) y la ampliación del Whitney Museum neoyorquino (finalmente encomendados ambos a Renzo Piano); ha visto como su museo Guggenheim Las Vegas ha cerrado las puertas y cambiado de uso tras sólo quince meses en funcionamiento; y ha experimentado una recepción crítica agridulce tanto de su extravagante tienda de Prada en Nueva York —en el mes de julio ha terminado otra en Beverly Hills— como de su abrasivo centro de estudiantes en el mítico campus construido por Mies van der Rohe para el Illinois Institute of Technology (IIT) en Chicago. Pero hace exactamente cinco años, en 1999, Rem Koolhaas proyectó dos extraordinarias obras de violenta geometría facetada —la Biblioteca Central de Seattle y la Casa da Música de Oporto— que se culminan ahora casi simultáneamente, a los pocos meses de haber inaugurado la singular embajada de los Países Bajos en Berlín, y estos tres espléndidos edificios devuelven al arquitecto holandés a un olimpo unánime de reconocimiento. 

La biblioteca se proyecta como un apilamiento aparentemente arbitrario de volúmenes, formando una serie de plataformas que dejan entre sí espacios vertiginosos, cerrados por planos diagonales de vidrio y enriquecidos por textiles. 

En Seattle —una ciudad que muchos asocian sólo al futurismo tecnológico de la Boeing y Microsoft, pero que ha incubado también revoluciones comerciales como las de Amazon y Starbucks— Koolhaas ha construido la pieza central de un ambicioso programa de renovación bibliotecaria al que se asignó en 1998 una financiación pública de 196 millones de dólares, 165 de los cuales se han invertido en este proyecto. Elegido inesperadamente frente al nativo de la ciudad Steven Holl tras una visita fugaz de los patronos de la biblioteca a sus obras europeas, el holandés ha desarrollado el trabajo con el apoyo de una ingeniería local y bajo la responsabilidad de un miembro de su oficina originario de Seattle, Joshua Ramus. Los 35.000 metros cuadrados de la biblioteca (que se complementan con otros 7.000 de aparcamiento subterráneo) se organizan en cinco ‘plataformas’ superpuestas y desplazadas que dejan entre sí zonas destinadas a niños, acceso, consulta y lectura, cerrándose el conjunto con una fachada de vidrio y acero que se pliega con levedad papirofléxica para adaptarse al apilamiento sólo aparentemente arbitrario de las plataformas, la mayor de las cuales alberga un depósito de libros de libre acceso dispuestos sobre dos grandes rampas de hormigón que dan continuidad funcional y espacial a sus cuatro niveles, como el arquitecto ya había intentado hacer en su proyecto de 1993 para dos bibliotecas en Jussieu. Aquí, la riqueza visual de los interiores, punteados por perspectivas vertiginosas, desplomes luminosos y fugas diagonales —que acentúan los exactos acabados, los fogonazos rojos y amarillos de escaleras y corredores, y las moquetas de inspiración vegetal diseñadas por su amiga y habitual colaboradora Petra Blaisse— es comparable a la contundencia icónica del exterior, cuya cristalografía equívoca y reflectante de invernadero vertical y azaroso superpone la cambiante variedad de los puntos de vista en una sola imagen memorable. 

El depósito de libros de libre acceso se dispone sobre dos grandes rampas de hormigón —marcadas con vivos colores y una rotunda señalización—que otorgan continuidad funcional y espacial a sus cuatro niveles. 

Acaso sea cierto que esta deliberada descomposición geométrica tenga el aire fragmentado del cubismo analítico, y es posible que los paisajes de Horta de Ebro estuviesen en la retina del crítico que lo comparaba con Picasso. Por su parte, los más escépticos verán únicamente un volumen escultórico de abstracción aristada que remite al art déco más ornamental, a la trivialidad fatigosa del llamado cubismo checo o a la decoración espejeante de los casinos y discotecas de los años cincuenta. Sin embargo, el proyecto se inspira asimismo en el expresionismo luminoso de la arquitectura alpina de Bruno Taut y la Bauhaus primera, reconcilia a Venturi con Eisenman al combinar una malla indiferente de rombos estructurales que casi parecen textiles con un facetado que evoca el de la Max Reinhardt House del arquitecto neoyorquino, y hace converger las lecciones plásticas de la tienda para la firma Prada en Tokio de Herzog y de Meuron con lo que el propio Koolhaas ha denominado ‘estética Stealth’, por el famoso caza invisible F-117, cuyas formas insólitamente plegadas fascinaron en los años noventa a unos arquitectos que vieron en ellas una manifestación simultánea de la deconstrucción artística y del pli filosófico: Derrida y Deleuze reunidos en un arma fatal y letal, un objeto bélico seductor y ominoso para abreviar taquigráficamente la French theory. La misma estética de geometrías plegadas emplea otro edificio diseñado por el arquitecto holandés en fechas próximas a las del proyecto americano, y que ahora llega también a su término, la Casa da Música de Oporto, un gran auditorio promovido con ocasión de la capitalidad europea de la cultura que ostentó en el año 2001 la ciudad portuguesa, y que —además del tránsito del vidrio al hormigón— se diferencia de la biblioteca norteamericana en que los elementos del programa están excavados en su volumen, en lugar de resultar éste de la envoltura de un conjunto de elementos superpuestos. 

Al final, es probable que lo más valioso de Seattle no sea tanto la brillante propuesta estilística como la inteligente orquestación de los usos en plataformas bien definidas que impiden la colonización de las zonas comunes por la pertinaz gangrena del almacenaje, tan habitual en edificios retóricamente indistintos o flexibles, y la creación de esas terrazas colgadas como alfombras volantes que hacen de su utilización o de su visita una experiencia emocionante. Rem Koolhaas ha escrito que sus planos angulosos quieren jalonar, junto a las ondas agitadas y eléctricas del Experience Music Project de Frank Gehry —financiado por el mismo Paul Allen que creó Microsoft con Bill Gates, y que hace unas semanas ha puesto con éxito en el espacio una nave que parece extraída de los dibujos animados, abriendo la era de la aeronáutica de promoción privada—, «la nueva modernidad de Seattle». Pero esta referencia formal significa poco cuando el propio arquitecto holandés acaba de proponer, para una Casa del Libro en Pekín que triplica el volumen de la biblioteca americana, un colosal proyecto de sabor neoazteca. En materia estilística Koolhaas puede ser tan omnívoro como en temas culinarios, y sólo un impulso irrefrenable hacia el riesgo del trapecio enhebra su arquitectura carnívora o caníbal.
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