Entrevistas 

Álvaro Siza: «Lo que me gustaba era la escultura»

Matosinhos, 1933

Álvaro Siza  Luis Fernández-Galiano 
01/07/2021


Nací en Matosinhos en 1933, en el seno de una familia numerosa. Éramos cinco hermanos, algo frecuente en aquel tiempo. En casa vivíamos doce personas, empezando por la abuela, que llegó viuda de Brasil con seis hijos. Comíamos todos juntos y conversábamos. Desde pequeño, yo dibujaba en la mesa familiar junto a mi tío, y, aunque no era especialmente hábil con el lápiz, él siempre me apoyó. El dibujo me entusiasmaba. En determinado momento, mi tío me sugirió que firmara mis dibujos, y yo empecé a hacerlo con mi letra infantil, bastante incierta. Probablemente deba mi pasión por el dibujo a ese tío mío que no dibujaba.

Mi padre era ingeniero. No es que me presionara para hacer una carrera técnica, pero cuando le dije que lo que me gustaba era la escultura se preocupó, al igual que el resto de la familia. Pensaban que dedicarme a la escultura conllevaría una vida demasiado bohemia, sin mucho futuro. Estaban verdaderamente alarmados, y yo, como no quería discutir —mi padre era una persona encantadora y poco dada al conflicto—, opté por matricularme en el curso de Arquitectura de la Escuela de Bellas Artes; así luego podría cambiarme más fácilmente a Escultura. No obstante, descubrí que la arquitectura me gustaba y allí me quedé.

Al principio, la carrera no me apasionaba, pero por entonces llegó a la Escuela una generación de profesores jóvenes que despertaron mi interés. Los que daban clase en primero estaban en edad de jubilarse, pero teníamos un director fantástico, Carlos Ramos, que se encargó de renovar la plantilla de docentes. Así conocí a Távora, que era todavía muy joven pero ya formaba parte del CIAM y estaba relacionado con arquitectos de otros países. Sobre todo, se esforzaba en transmitirnos a los estudiantes su amor por la arquitectura. Recuerdo su entusiasmo cuando hablaba de los tiradores de madera de la Maison Jaoul de Le Corbusier... Creaba un ambiente de total confianza. A su llegada, el curso de Arquitectura se volvió de pronto atractivo. Estábamos en una época de euforia y cambio —era 1949, acabada la guerra—, y éramos testigos de cómo se multiplicaba la información a nuestro alcance: nuevas revistas de arquitectura, libros, viajes… Todo lo contrario a la atmósfera de aislamiento que reinaba en el momento que entré a la Escuela...
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