Podríamos componer el álbum familiar de la arquitectura española —la catalana principalmente, pero no solo— desde la Transición hasta la entrada en el siglo XXI con fotografías de Lluís Casals. Tuvo compañeros de viaje como Ferrán Freixa, Hisao Suzuki, Duccio Malagamba o Luis Asín, pero Casals fue de alguna manera el pionero y el compositor de la nueva narrativa visual de esa arquitectura que se sacudió la posmodernidad y alcanzó en el cambio de siglo una personalidad reconocida internacionalmente.
Lluís Casals nació en Barcelona y, de adolescente, la hechizante luz roja del precario cuarto oscuro de un compañero del colegio le llevó a descubrir una vocación que terminó desarrollando durante casi cuatro décadas. Tras formarse en Elisava, enseguida sintió especial atracción por la fotografía de arquitectura. Casals admiraba a Català-Roca y cogió sin reparos su testigo —y el de Maspons y Ubiña, o Plasencia—, pero tuvo que emprender el aggiornamento de un género fotográfico que demandaba un cambio paralelo al político por dos motivos principales. El primero de naturaleza técnica, puesto que la incorporación definitiva de la película de color borraba de alguna manera el aura implícita en la imagen arquitectónica monocroma y le confería un realismo nuevo al que debía acostumbrarse. El segundo tenía que ver con un incremento cuantitativo y cualitativo de las revistas de arquitectura, y, por tanto, con la responsabilidad derivada de la naturaleza mediática de las imágenes.
Casals supo responder a esos retos sin precipitaciones y con naturalidad. Revisando sus mejores imágenes constatamos que la buena fotografía de arquitectura escudriña en el alma del espacio y deja que sea la luz quien alimente —como ocurre en la icónica imagen del atrio del Museo de Mérida— la construcción visual de su relato. Para llegar a esa contención de la mirada, el fotógrafo tuvo antes que ganarse la confianza y el respeto de los tándems catalanes —Studio PER, Bach y Mora, Correa y Milá, MBM— para terminar colaborando con los arquitectos que a nivel nacional e internacional definieron el estatus de la arquitectura en su tránsito finisecular: Moneo, Ferrater, López Cotelo, Navarro o Cruz y Ortiz, entre otros.
Lluís Casals se planteaba la fotografía como un reto: «descubrir y comprender la razón de un volumen en el espacio para darlo posteriormente a conocer a través de otra forma, en este caso, dentro de los límites de un rectángulo». Esa intensa objetividad define acaso una de las características de su fotografía. No contamina aquello que mira con nada que pueda distraer de la contemplación de los valores reconocibles en la obra del arquitecto. Ese es a la postre su innegable estilo: carecer de él para que sea solo la arquitectura la que hable a través de una mirada sobria y contenida.
Casals realizó también otros trabajos monográficos más personales sobre la Alhambra, el Pabellón de Barcelona o Montserrat. Nos encontramos en suma con el trascendente legado de una persona sencilla que supo emocionar y emocionarse con su trabajo, «un oficio en el que puedo ver los atardeceres y ser testigo de las cosechas».