La ventana y el espejo, marcos de reflexión
Los proyectos que más nos interesan, las obras acaso más lúcidas, son aquellas que parecen surgir del intento de conectar anomalías, asociaciones de hechos dispersos, arbitrarios, que están delante de nosotros y sólo necesitan una idea que los explique. Pero puesto que la arbitrariedad difícilmente es compatible con la coherencia que exige la práctica de la arquitectura, nos vemos impulsados a establecer ciertas reglas —en ocasiones también aleatorias—, a trabajar dentro de límites, existentes o provocados, que, como sucede con las piezas de un puzle, hacen posible que elementos dispares recompongan un cuadro inteligible. Esta interpretación del proyecto como mosaico, como suma de fragmentos que conforman un todo unitario, cuestiona la existencia de un punto de partida consciente —un momento original y único— y reconoce, por el contrario, que es paradójicamente en los vínculos entre acontecimientos desconectados donde reside la clave de la obra arquitectónica. El marco que contiene un cuadro dentro de otro y así sucesivamente —aquella imagen que Georges Perec asociaba a la idea de que «toda obra es el espejo de otra»— sugiere una arquitectura concebida como mecanismo combinatorio, un juego de reflejos múltiples, donde nuestro trabajo sólo cobra sentido cuando es contemplado en su conjunto.
El límite del espejo encuentra su reverso en el marco de la ventana que nos hace fijar la atención en un punto determinado y consecuentemente distraernos de lo demás, provocando una mirada que condicionará ya inevitablemente nuestro modo de interpretar un lugar, un paisaje, una ciudad. Es a partir de entonces cuando el proceso se desencadena en una sucesión de asociaciones, un sistema de relaciones donde cada combinación necesita imponerse unas reglas, aunque estas reglas sean, a su vez, arbitrarias. Muchos de nuestros proyectos se urdieron a partir de imágenes y recuerdos previamente fijados en nuestra memoria, tal vez inconscientemente, a través de impresiones recibidas en situaciones imprevistas: visitando una lejana excavación arqueológica en Siria, observando con detenimiento una obra de Feininger, intentando desvelar la estructura subyacente en relatos de Kafka, Borges o Perec, descifrando las leyes que definen los tejados medievales y renacentistas en Graz, dibujando las secuencias de espacios de la mezquita en Córdoba, analizando las geometrías que se ocultan en celosías y ornamentos islámicos, o simplemente, tratando de percibir la cualidades espaciales, luminosas y táctiles que sólo a través de los sentidos es posible experimentar...