La multitud en marcha

Luis Fernández-Galiano 
30/04/2019


Múltiples multitudes han protagonizado este año convulso: multitudes luminosas, con las grandes movilizaciones del Día de la Mujer en marzo, en la estela del MeToo y las celebraciones del Orgullo; multitudes identitarias de exaltación nacional, que alcanzaron el éxito de llevar hombres fuertes a los gobiernos de Italia, de México y de Brasil —como ya estaban en Estados Unidos, China, Rusia, Turquía o Hungría—, se enfrentaron en Cataluña al juicio de los dirigentes independentistas, y se hicieron visibles en España con ocasión de las elecciones autonómicas en Andalucía; multitudes airadas frente a la ruptura del pacto social provocada por la última crisis, que emergieron vigorosamente en noviembre con los chalecos amarillos franceses; y multitudes dolorosas en éxodos provocados por las guerras o la miseria, que crearon crisis migratorias en las fronteras de los países del norte de América o del sur de Europa, y que durante el verano tuvieron su epicentro en el mar de Alborán, frente a las costas españolas.

Todo ello mientras el mundo confía en evitar ‘la trampa de Tucídides’, que pronosticaría el enfrentamiento bélico entre la superpotencia americana en declive y la asiática en ascenso, un conflicto que Estados Unidos y China han ensayado mediante los escarceos de la guerra comercial, la pugna por el liderazgo digital y los amagos de intervención cibernética; mientras Europa se fractura por el Brexit y los países del Grupo de Visegrado, deplora el debilitamiento del vínculo atlántico y contempla impotente la penetración económica y financiera de China a través de las infraestructuras de la Nueva Ruta de la Seda; y mientras se acentúa un cambio climático asociado a manifestaciones extremas como las que hicieron incontrolables los devastadores incendios de California, Grecia o Australia.

En España, el llamado ‘proceso’ catalán, que el año anterior condujo a una ilegal y efímera declaración unilateral de independencia, vio en éste el procesamiento de sus líderes, algunos de los cuales habían huido del país, mientras en junio una moción de censura con el apoyo de los partidos secesionistas llevó al socialista Pedro Sánchez a la Moncloa, iniciándose una etapa de creciente crispación y polarización política, apenas aliviada por los éxitos deportivos y la buena marcha de una economía que crece vigorosamente creando empleo, pero sin reducir la desigualdad social. Aunque los ‘nuevos optimistas’, desde Steven Pinker hasta Hans Rosling, nos animan a contemplar las tendencias a largo plazo, la percepción quizá miope de la corta distancia suscita pocos entusiasmos.

Los ‘chalecos amarillos’ y las mujeres se manifestaron en París o en Madrid, la inmigración cruzó el mar de Alborán, y las portadas advirtieron sobre el riesgo de guerra o los peligros del periodismo, homenajeando a los perseguidos. 

Si la salud económica ha llenado las ciudades españolas de grúas, pocas de ellas están vinculadas a proyectos públicos, contemplándose más bien una proliferación de iniciativas privadas de obra nueva o de rehabilitación para viviendas de alta gama, oficinas o comercios. La arquitectura de mayor calidad sobrevive en pequeños encargos de clientes cultos o en obras modestas de diferentes administraciones, con un variado registro regional, que se extiende desde las inteligentes y numerosas realizaciones catalanas hasta la persistente parálisis madrileña. Dos buenos ejemplos de estos empeños de pequeña escala son las rotundas casas de piedra construidas por Emilio Tuñón en Cáceres y por Harquitectes en Gerona, manifestaciones elocuentes de que la ambición estética, intelectual y técnica puede expresarse con las dimensiones reducidas de un proyecto residencial unifamiliar.

Harquitectes o Tuñón acabaron casas de piedra, Perrault culminó el Ferial de León, y fuera de España Nieto Sobejano abrieron el Centro Arvo Pärt en Estonia, y Herreros con Bermúdez un centro de congresos en Bogotá. 

Con excepciones como la apertura del titánico Ferial leonés por Dominique Perrault, la mayor parte de los grandes proyectos españoles se culminaron fuera de España: así el elegante Archivo Histórico de Ignacio Mendaro en Oaxaca; así también el colosal Centro de Convenciones de Herreros y Bermúdez en Bogotá; y así por último el exquisito Centro Arvo Pärt de Nieto Sobejano en Estonia, que homenajea al gran compositor entre los pinos al borde del Báltico. Tres muestras a las que deben obligatoriamente añadirse la Facultad de Radio y Televisión de la Universidad de Silesia, realizada en la polaca Katowice por BAAS Arquitectura; el nuevo Parlamento del cantón de Vaud, completado en Suiza por Bonell y Gil; la escuela de Orsonnens de Ted’A arquitectes, igualmente en Suiza; y la media-teca de RCR en Gante.

El gran hito internacional del año fue la inauguración largo tiempo esperada de la Biblioteca de Qatar, un proyecto icónico de Rem Koolhaas que se suma a las numerosas obras culturales que dan testimonio de la pujanza del pequeño país del Golfo, hoy sometido a embargo económico y aislamiento aeroportuario por su poderoso vecino, Arabia Saudí. Pero también merecen reseñarse obras europeas como el refinado rascacielos judicial de Renzo Piano en París, la escultórica sede del Victoria & Albert levantada por Kengo Kuma en Dun-dee o la monumental James Simon Galerie de David Chipperfield en Berlín, que culmina su remodelación de la Isla de los Museos; americanas como el compacto aulario universitario de Barclay y Crousse en Perú —que por cierto fue galardonado con el premio Mies americano— o las sedes de empresas tecnológicas en Silicon Valley desarrolladas por Norman Foster o Frank Gehry; y asiáticas como la torre pixelada de Ole Scheeren en Bangkok o el lírico pabellón de arte y capilla de Álvaro Siza en Corea del Sur. Y sin duda las construcciones más visitadas han sido las capillas promovidas  por el Vaticano en el marco de la Bienal de Arquitectura de Venecia, y que recorrieron todo el abanico proyectual, desde la magia pétrea de la realizada por Eduardo Souto de Moura hasta la ligereza de los tensegrities diseñados por Norman Foster.

Si la Bienal fue el evento más significativo, los centenarios de Jørn Utzon, Aldo van Eyck, Paul Rudolph o Francisco Javier Sáenz de Oíza dieron lugar a diferentes publicaciones y muestras, que se añadieron a las de Tadao Ando en el Centro Pompidou, de Piano en la Royal Academy, de Victor Papanek en Vitra o de Francis Kéré en el Museo ICO, esta última con un éxito de público que habla en favor de las arquitecturas esenciales que buscan utilidad y belleza con medios limitados. Y singular fue también el congreso celebrado por la Fundación Arquitectura y Sociedad en Pamplona sobre el tema de la ciudad —un asunto que mereció también la exploración atenta de la Fundación Norman Foster—, inaugurado por el rey Felipe VI y con la participación de escritores como Eduardo Mendoza o Leonardo Padura, alcaldes como Joan Clos o Manuela Carmena, y mitos del urbanismo como Jan Gehl o Jaime Lerner.

Cada año tiene sus catástrofes, y además de las muchas que causaron sufrimiento y pérdidas humanas en diferentes regiones del planeta, dos colapsos de distinta naturaleza merecen glosarse por su singular interés para arquitectos e ingenieros: el hundimiento del puente Morandi en Génova causó más de cuarenta víctimas, y puso en cuestión decisiones estructurales, políticas de mantenimiento y gestión privada de las infraestructuras, asuntos de gran calado a los que en parte intenta dar respuesta el nuevo puente diseñado por Piano; y la cancelación tras una minoritaria consulta popular de las ya avanzadas obras del aeropuerto de México, proyectado por Foster con una innovadora estructura estérea, advierte sobre los riesgos de la demagogia participativa que elude la responsabilidad política de las grandes decisiones infraestructurales.

En el capítulo de premios, el Pritzker recayó en el veterano maestro indio Balkrishna Doshi, el Imperiale en el francés Christian de Portzamparc, y el León de Oro veneciano celebró la carrera del crítico e historiador británico Kenneth Frampton, mientras el Nacional de Arquitectura español hizo lo propio con la trayectoria exigente y discreta de Manuel Gallego, y el Swiss Award valoró los logros de la joven arquitecta Elisa Valero.

Siza y Castanheira terminaron un pabellón de arte en Corea del Sur, y Eduardo Souto de Moura, una capilla en Venecia, lo mismo que Norman Foster, mientras Barclay y Crousse fueron premiados  por su aulario peruano.  

La desaparición que deja un hueco mayor es probablemente la de Robert Venturi, pero también lamentaremos la ausencia de Neave Brown y Will Alsop, de Paul Andreu y Paul Virilio, de Gillo Dorfles y Tomás Maldonado; y entre nosotros recordaremos a los arquitectos Antoni Ubach y Antonio González Cordón, al urbanista y sociólogo Mario Gaviria y al periodista, pintor y poeta Vicente Verdú, que tanto hizo por la arquitectura desde las páginas de El País o en las de esta revista. La estadounidense Time decidió en este ejercicio multiplicar por cuatro su persona del año, y eligió a periodistas que sufrieron acoso intentando contarnos lo que sucede en un mundo corrompido por las fake news y la manipulación de las mentes. Las multitudes en marcha celebran, reclaman 


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