En un momento en el que el término ‘industrialización’ aplicado a la arquitectura se emplea recurrentemente sin incluir en su definición el momento que nos toca vivir, se hace necesario un esfuerzo por precisarlo. Podemos ver la industrialización desde distintas perspectivas; históricamente no es sino la evolución de la prefabricación —tan antigua como la construcción misma— durante la Revolución Industrial. También se puede pensar como una aspiración ligada al afán transformador de la arquitectura moderna. Pero, ¿qué significa hoy, en un contexto de deterioro medioambiental, de crisis económica y social? Intentemos repasar en diez breves epígrafes los aspectos esenciales que deberían incluirse en una nueva definición.
1. La industrialización ha de ligarse a los nuevos objetivos medioambientales. Solo los procesos industriales permiten una evaluación exacta del rendimiento, de sus economías y deseconomías, y nociones como eficacia o relación medios-fines podrían adquirir un valor ideológico que animen a los arquitectos a asumir su papel en la génesis de una arquitectura de máximo compromiso, entidad y belleza.
2. La industrialización ha de inscribirse en el concepto más amplio de economía circular.
3. El manejo de técnicas de robótica o inteligencia artificial permite superar el viejo dilema industrialización-masificación a través de una suerte de ‘nueva artesanía’.
4. El cambio en los procesos constructivos tradicionales, donde abunda el trabajo no cualificado, por otros con menos puestos mejor cualificados repercutirá indudablemente en la sociedad. Mediante la selección de las áreas de investigación y los proyectos oportunos, la industrialización podría contribuir a suavizar la transición entre ambos modelos productivos y reducir su coste. Aplicada a la arquitectura, podría ayudar a la creación de escuelas de formación profesional capaces de dotar a la construcción de una calidad hoy no siempre fácil de lograr.
5. En lo referido a la educación, los procesos industriales y robotizados deben promover una ambiciosa transformación en las escuelas de arquitectura mediante el refuerzo del modelo politécnico, hoy diluido.
6. La industrialización no puede ser ajena a su contexto económico y cultural, y debe por tanto aprovechar las posibilidades que ofrece cada lugar. Solo un proceso que parta de la realidad local será capaz de alentar una verdadera transformación.
7. En este último sentido, la industrialización no puede plantearse en contraposición a la idea de contexto: esto entraría en profunda contradicción con el objetivo de desarrollar una arquitectura y una construcción más sostenibles. Así, no es solo posible sino también deseable el encuentro entre la universalidad implícita en la idea de industrialización y el valor de lo específico.
8. La industrialización ha de ser un sinónimo de mejor arquitectura. No puede suponer ni la disminución de la excelencia ni el menoscabo de las posibilidades creativas del arquitecto. Tiene que procurar que el grueso de la arquitectura que nos rodea —incluso aquella que no merecería calificarse como tal— alcance la mayor calidad posible.
9. La industrialización aplicada a la arquitectura debe tener ‘conciencia social’: ha de contribuir a recortar o eliminar las diferencias que existen en nuestra sociedad. La vivienda es el campo al que más podría aportar, especialmente en España, un país asolado por problemas habitacionales. La vivienda social de alquiler podría ser además un interesante crisol de experimentación.
10. El ahorro de costes y la calidad que aseguran estos procesos tendrán que trasladarse al usuario. La industrialización no puede ser en ningún caso un pretexto para el beneficio exclusivo de los agentes inmobiliarios y los constructores.
Estos puntos pueden revisarse y completarse. Y, por supuesto, discutirse. Pero espero que sean útiles para comprender por qué no se puede hablar de industrialización en la arquitectura sin definir lo que significa e implica hoy día.