En la última etapa de un largo itinerario de arquitecto, constructor y promotor, Antonio Lamela recuerda vívidamente los consejos de su padre, un industrial del sector harinopanadero que sigue siendo su mejor referencia profesional y personal, y a cuya inteligencia práctica atribuye el éxito que ha acompañado su carrera desde los inicios. La fábrica paterna estaba en Carabanchel, hoy un barrio modesto y entonces un pueblo periférico de la capital española, y este es el escenario tanto de su infancia acomodada como de las privaciones de los años de la Guerra Civil. Tras su educación en los Salesianos, su deseo de estudiar una carrera técnica le lleva a decidirse por la arquitectura, que cursará en la muy doméstica Escuela madrileña, donde le deslumbrará el joven profesor de instalaciones Francisco Javier Sáenz de Oíza y donde destacará ya como el más activo integrante de su promoción.
Ensayos residenciales
Todavía estudiante y estimulado por su padre —que actuaría de socio capitalista en el empeño— Antonio Lamela emprende la aventura de levantar una obra controlando todas las fases del proceso, desde la búsqueda de solar y la redacción del proyecto hasta la construcción y la venta del inmueble, y el resultado de esta exigente disciplina es quizá su mejor trabajo, el racional y elegante edificio de viviendas de O’Donnell 33, que serviría de laboratorio de ensayos para toda su obra posterior, y en cuya sexta planta localizaría en 1958 su residencia y su oficina. Unos años más tarde repetiría el formato con igual fortuna en otra obra también racionalista, las viviendas que promueve en la entonces llamada Avenida del Generalísimo, el gran eje Norte-Sur de un Madrid que comienza a desarrollarse vigorosamente, y la década de los cincuenta se cierra con el Motel El Hidalgo en Ciudad Real, un albergue de carretera para viajeros y cazadores que se inspira en modelos norteamericanos, y donde tiene por socio a José Meliá, un hotelero con el que llevará a término importantes realizaciones vinculadas al incipiente turismo que acogen las costas y archipiélagos españoles.
El relax racional
Así ocurrirá en Torremolinos, donde Lamela construye para Meliá el Hotel Tres Carabelas, una espléndida realización donde declina el idioma moderno y depurado que ha aprendido de sus admirados Mies y Neutra, y que se prolonga con conjuntos residenciales como La Nogalera y Playamar, de lenguaje lacónico y escueto. Y así sucede también en Mallorca, donde en los inicios de la década de los sesenta levanta edificios turísticos para comunidades de propietarios, como La Caleta en Palma o el Rocamarina en Cala d’Or, realizaciones ambas donde el propietario de suelo actuaba como co-promotor, y que se coronaron con idéntico éxito al de las realizaciones en la Costa del Sol, unas arquitecturas del ocio que difundieron tempranamente lo que podría llamarse ‘el relax racional’.
Construyendo la ciudad
Sería sin embargo en Madrid donde Lamela habría de realizar sus obras más importantes, de tal escala y visibilidad que contribuyeron sin duda a conformar la imagen misma de la ciudad. Especialmente significativas serían el Hotel Meliá en la calle Princesa, un conjunto que incluía apartamentos y oficinas sobre un solar comprado a los duques de Alba que ocupan el inmediato Palacio de Liria; el conjunto Galaxia, una renovadora experiencia de diseño urbano con calles interiores levantada en el emplazamiento de una antigua fábrica de perfumes; las Torres de Colón, cuya estructura diseñada por el ingeniero Javier Manterola colgaba los forjados de los capiteles de remate, haciendo de ellas un logro técnico y un hito ciudadano en un lugar de extraordinaria visibilidad; y el edificio Pirámide, de nuevo en el eje de la Castellana, donde la ordenanza de retranqueo acabó configurando su icónica forma.
Al servicio de la multitud
Y sería también la capital de España el marco de los encargos de mayor dimensión y relevancia simbólica durante la etapa democrática: el estadio Santiago Bernabéu, que Lamela —socio número 59 del Real Madrid— amplió y remodeló en dos etapas sucesivas para el presidente del club, Ramón Mendoza, a partir de 1988; y el aeropuerto de Barajas, cuyas terminales remodeló y cuya deslumbrante T4 construyó desde 1998 asociado con el británico Richard Rogers, culminando felizmente la puerta emblemática de la ciudad con una estructura ramificada y polícroma de la que penden ingrávidas y luminosas cubiertas de bambú. Experiencias estas de arquitectura deportiva y aeroportuaria que permitirían al estudio iniciar su proyección internacional con, entre otras obras, un estadio y un aeropuerto en Polonia que se benefician del know-how adquirido en Madrid.
Aunque lo sustancial de su trabajo se halla en Madrid, con obras tan innovadoras como las Torres de Colón o la Terminal 4 de Barajas -esta última asociado con Rogers-, Lamela también realizó grandes conjuntos turísticos en islas y costas.
Una empresa coral
Transformada en una empresa coral, donde la autoría de Lamela se combina con el talento de las nuevas generaciones, la oficina del arquitecto, dirigida ahora por su hijo Carlos, continúa produciendo obras de eficaz resultado: en ocasiones amables, como la Fundación Reina Sofía para el tratamiento del alzhéimer, donde el color y la vegetación son protagonistas; otras con un lenguaje más seco y depurado, como la sede corporativa de la multinacional John Deere, con sus pliegues de reflejos mutantes; y algunas en fin con la sobriedad escueta del Edificio Leitner, donde el estudio tiene actualmente sus oficinas, y desde donde siguen desarrollando su versátil trabajo mientras el fundador persigue sus preocupaciones personales, que en su día le llevaron a proponer lo que llamaba ‘Geocosmoísmo’, a crear la sección española del Club de Roma y a preconizar visionariamente la necesaria globalización de la mirada y la actividad del arquitecto. [+]