Juego disciplinado, los últimos proyectos

Stan Allen 
31/07/2010


El proyecto de Mansilla y Tuñón ganador del concurso para la Cúpula de la Energía en la Ciudad del Medio Ambiente de Soria (2008) surge de unas pocas operaciones, sencillas y regladas. El punto de partida es media esfera; un contenedor de definición sencilla, escalado para acoger el programa propuesto. Una serie de cortes verticales producen bloques separados que posteriormente son desplegados para activar el solar y definir diferentes áreas de uso. La forma cerrada y monolítica de la cúpula se fragmenta para dar origen a una nueva presencia geométrica en la parcela. La propuesta se desliza de la singularidad a la multiplicidad —de lo unitario a lo múltiple— sin por ello sacrificar la claridad del punto de partida.

Lo que aquí se propone no es tanto una operación singular como un método con el que llevar a cabo el proyecto; un sistema que, en principio, podría emplearse en la realización de cualquier otro diseño similar. Esto tiene varias ventajas prácticas. En primer lugar, se trata de un proceso intrínsecamente flexible; si el alcance o el programa del proyecto cambian —como a menudo ocurre en las nuevas instituciones—, los bloques pueden ser reorganizados con facilidad. El diseño no depende tanto de una disposición concreta de las piezas como de un conjunto de reglas que definen las relaciones entre las partes: una especie de gramática. Los bloques se unen en las esquinas como con charnelas, rotando para generar patios o enmarcar las vistas. Cualquier solución que se ajuste a estas reglas será válida. Además, el edificio puede construirse por etapas, uno de los requisitos típicos de los encargos institucionales en tiempo inciertos. Los cortes aumentan la superficie del complejo, abriendo el interior al aire y la luz, y crean una imagen de mayor transparencia para el conjunto. Las formas curvas de los arcos, todos ellos segmentos de una esfera, pueden dibujarse y calcularse fácilmente, remitiendo a la integridad estructural del tipo original. Y todos esas geometrías, limpias y nítidas, tienen una fuerte presencia icónica, capaz de provocar múltiples asociaciones.

Como sucede a menudo en la obra reciente de Mansilla y Tuñón, el despliegue geométrico tiene un aire casual, como si los volúmenes se hubieran esparcido sin pensar en exceso en su composición. Esta frescura, esta inmediatez, forma parte del atractivo de la producción última del estudio y es producto del esfuerzo de los arquitectos. Algo que se expresa con claridad, por ejemplo, en una de sus propuestas más recientes, el proyecto ganador del concurso para el Museo de la Vega Baja en Toledo. Tampoco es accidental que una reciente exposición de su trabajo haya recibido el nombre de ‘Playgrounds’, como si toda esta dispersión de formas fuese el ingenioso resultado de un juego. Pero no hay que engañarse; la aparente naturalidad sólo puede ser adquirida tras mucho esfuerzo —o, como Luis Mansilla comentó en una ocasión, citando a John McEnroe, «cuanto más practico más suerte tengo»—. Esta naturalidad no es, sin embargo, un fin en sí misma. Del mismo modo que un compositor trabaja libremente con una notación abstracta incluso cuando busca un efecto musical concreto, la precisa inteligencia arquitectónica de Mansilla y Tuñón les permite jugar con la forma con total anticipación de sus consecuencias.

Una observación cuidadosa de la planta confirma la lógica que sustenta su composición. La intervención se extiende a lo largo del solar, reflejando vagamente el curso del Duero. El edificio posee claros frente y espalda. Los perfiles cóncavos y convexos de los bloques se aprovechan para generar espacios exteriores variados, acercando la naturaleza al edificio y a la inversa. Esta ‘constelación’ de formas crea un patio irregular para el programa principal —un espacio ensimismado que combina el acceso y la circulación—, mientras que el programa secundario disfruta de una existencia aparte, orientada al exterior.

Lo que sorprende aquí es cómo una serie tan sencilla de operaciones, cómo un proceso tan aparentemente mecánico, puede conducir a tal riqueza y variedad de experiencias arquitectónicas. La planta es lógica y ha sido meticulosamente resuelta y, sin embargo, está llena de sorpresas. La fuerza del proyecto está en el calibrado preciso de lo contingente y lo absoluto: los cortes y rotaciones aparentemente arbitrarios se convierten en algo que se presenta tan inevitable como espontáneo. La planta contiene algo de la complejidad de un pequeño fragmento urbano sin caer en lo pintoresco: un complejo que ha crecido con el tiempo, en un proceso de acumulación, dando lugar a plazas, caminos, espacios comprimidos y vistas que se dilatan, pero sin sacrificar la identidad singular que requiere un programa institucional de estas características.


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