De lo biológico a lo geológico
Edificios topográficos / Urbanismo paisajístico
Durante las últimas dos décadas, la metáfora de trabajo dominante en la arquitectura avanzada ha sido la biológica: el deseo de hacer una arquitectura más natural, es decir, más fluida, adaptable y sensible a los cambios. Siguiendo la idea de D’Arcy Wentworth Thomson de la forma natural como «diagrama de fuerzas», la tecnología digital se ha utilizado para simular las fuerzas activas que configuran las formas de los seres vivos. Estas estrategias contemporáneas van más allá del biomorfismo de las décadas de 1950 y 1960, en su propuesta de que el arquitecto no debe tanto imitar las formas de la naturaleza como dar cuenta de los procesos naturales que las generan. Con la tecnología digital contemporánea es posible, por ejemplo, producir y hacer evolucionar nuevas configuraciones que den respuesta a fuerzas y requerimientos específicos: estructurales, climáticos o de programa. Aunque se hayan producido resultados formales convincentes, existen límites. Las técnicas de diseño usadas para generar estos nuevos edificios ‘biológicos’ deben ser dinámicas, pero los edificios en sí mismos son estáticos y, si se mueven, lo hacen muy lentamente. Las formas generadas deberán parecerse a la naturaleza, pero conservarán poco de la complejidad performativa o adaptativa propia de la vida. Las viejas metáforas que identificaban el edificio con el cuerpo perduran, pero la posibilidad de un intercambio metábolico o de una co-evolución con un contexto cambiante resulta limitada. Por otra parte, pese a los avances en la tecnología de fabricación, todavía existe una gran brecha entre las formas fluidas y curvilíneas producidas por los programas informáticos y la resistencia de los materiales a ser moldeados, una resistencia sumada a las inercias propias de la construcción. Los edificios —como la tierra— son duros, tercos, lentos...