Como si fuera un joyero, un cofre o una Wunderkammer, la Galería de las Colecciones Reales abrió sus puertas en Madrid el pasado 28 de junio para mostrar su extraordinaria arquitectura, amén de su no menos extraordinaria colección de objetos que muestra a través de lo singular, lo raro, lo sagrado, lo excelso —lo definitivamente distinto a nosotros—, la historia de las dinastías reales y con ella la historia de nuestro país.
Con la esperada y exitosa inauguración —de la que dimos cumplida cuenta en el anterior número de Arquitectura Viva— se ha llevado a término, pasados así veinticinco años, un proceso complejo y por momentos enrevesado que ha permitido al cabo consolidar, mediante arquitectura y contenidos, la cornisa monumental de Madrid tras cuatro siglos de debates y frustraciones. Es, por tanto, una excelente noticia tanto para la ciudad —que completa su alzado más característico y se dota de un excelso museo— como para España, que cuenta por fin con un edificio digno de la larga, durante tiempo gloriosa y siempre interesante vida cortesana que supieron alentar los Habsburgo y los Borbones.
Hábil a la hora de desplegar las escenografías de la política, el presidente Pedro Sánchez no quiso resistirse ni al ensalmo de las colecciones reales ni a la espléndida arquitectura del edificio, y eligió la Galería como entorno para presentar el 3 de julio el programa de la presidencia española del Consejo de la UE. Lo acompañó Ursula von der Leyen, pero también lo acompañó el aura de la Historia.