Se cumplen cien años del nacimiento de Jørn Utzon, el visionario danés que dio forma por vez primera, con uno de los edificios más icónicos del siglo XX, a la sociedad del espectáculo. La Ópera de Sídney, sin embargo, no es capaz de sintetizar la obra de un arquitecto ecléctico en lo formal, pero coherente en sus planteamientos. Hijo de un ingeniero naval, se formó en la Academia Real de Bellas Artes de Dinamarca, y tras su graduación en 1942 comenzó a trabajar en el estudio de Erik Gunnar Asplund en Estocolmo. Fue entonces, al amparo de quien sería su primer maestro, cuando empezó a interesarse por la obra de Frank Lloyd Wright, cuyo espíritu curioso e inclasificable adoptaría como propio al establecerse por su cuenta, tras la II Guerra Mundial y el fin de la ocupación de Dinamarca, en Copenhague.

En 1957, un jurado del que formaba parte Eero Saarinen premió la propuesta para la Ópera de Sídney de Utzon, que entonces tenía 38 años, y durante casi una década permaneció al frente de la construcción de las velas ingrávidas que marcarían su carrera. En 1966, sin embargo, un cambio de gobierno propició una serie de desencuentros con las autoridades, que cuestionaron la decisión del arquitecto de trasladar la ‘música de las esferas’ también al interior del edificio. Utzon abandonó la obra y se fue de un país al que nunca llegó a volver. La ópera, terminada por otros, se inauguró en 1973 en ausencia de su autor. Así, el Pritzker, que recibió tres décadas más tarde, fue un acto de justicia: la reconciliación de la disciplina con el emblema austral.