Gran gris


Cézanne dijo que «mientras no se haya pintado en gris no se es pintor», Peter Sloterdijk asegura que «mientras no se haya pensado en el gris no se es filósofo» y, con su obra rigurosa y exigente, Emanuel Christ y Christoph Gantenbein sugieren que mientras no se haya construido en gris no se es arquitecto. Desde luego, la referencia cromática es una metáfora tanto de la solidez conceptual de sus proyectos como de la manera matizada en que sus propuestas se adaptan al entorno físico y a la herencia disciplinar. Obligados desde sus inicios a trabajar en los extremos de la escala, la sutileza gris de sus construcciones mínimas puede ser tan ambiciosa como la de las obras mayores, y todas ellas merecen agruparse bajo el rótulo de ‘gran gris’, porque tan grande es el aplomo intelectual, la sabiduría material y la seguridad expresiva en el Pabellón del jardín como en el Kunstmuseum, dos obras de Basilea que amojonan su trayecto creativo. Desde su ciudad, y ahora también desde Barcelona, la pareja de arquitectos levanta en gris el acervo que esta monografía resume.

El paragone mítico renacentista oponía disegno y colore, asociando el dibujo y la línea a la dimensión más intelectual del arte, mientras el color se vinculaba con la representación naturalista, con la sensibilidad y la emoción: la competición entre las artes era también el contraste entre sus rasgos más característicos, y esta oposición se extiende hasta la época de las vanguardias, cuyos representantes más rigoristas eran reticentes al color, desde el Adolf Loos que aseguraba vestir siempre de gris hasta el primer Le Corbusier, que juzgaba el color ornamento propio de pueblos primitivos. Esta exigencia de pureza monocroma para subrayar el protagonismo de las ideas se ha perdido en el mundo contemporáneo, donde la policromía estridente, antes reservada al ámbito de los recintos infantiles, se extiende hasta la sala donde se reúne el Consejo Europeo, donde el patchwork colorista de las alfombras y los techos suministra una ilustración emblemática de nuestras democracias sentimentales, tan amables en su diversidad como frágiles en su impotencia.

En este panorama de declive intelectual, que se manifiesta lo mismo en la política que en la cultura, el trabajo conceptual y teórico de Christ & Gantenbein es un oasis de inteligencia crítica y pragmatismo sensato que otorga un valor de referencia a sus innumerables matices del gris. Es frecuente tropezarse con una cita del Fausto de Goethe —«Gris, querido amigo, es toda teoría; verde es el árbol dorado de la vida»—, que se usa para infravalorar la pausa reflexiva frente a la pulsión vital, pero pocas veces se recuerda que esas son palabras del Mefistófeles que persigue secuestrar las almas. Frente a esta presentación ominosa del gris, que se diría asociado solo a las sombras y a la niebla, a la ceniza y al polvo, los dos socios de Basilea rehúsan detenerse en su camino para recoger las manzanas doradas del árbol de la vida y abrazan un gris glorioso que tiene su fundamento en el ejercicio de la materia gris, para subrayar, con el gran gris de su obra, que mientras no se haya construido en gris no se es arquitecto: Cézanne y Sloterdijk estarían de acuerdo.


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