Gottfried Böhm, 1920
Un arquitecto escultor
Del centenario Gottfried Böhm se suele destacar su condición de nieto, hijo, esposo y padre de arquitectos, sugiriendo con ello que la elección y el ejercicio de la profesión respondieron en su caso a un imperativo genético de una dinastía firmemente arraigada en la cultura local de Colonia y su tradición católica. Sin embargo, la arquitectura no fue la primera ni la principal vocación de Böhm: lo fue el oficio de escultor, en el que se formó en la Academia de Arte de Múnich al tiempo que estudiaba arquitectura en plena II Guerra Mundial. Pensar a Böhm en esa doble faceta ayuda a entender mejor su obra, hasta hoy una de las más desconocidas e incomprendidas dentro del selecto círculo de galardonados con el Premio Pritzker.
Resulta en este sentido reveladora la primera obra que realizó de forma independiente cuando aún colaboraba con su padre, Dominikus Böhm (1880-1955). Se trata de la pequeña capilla de St. Kolumba (1947-1950) en Colonia, con la que dio cobijo a la llamada «Virgen de los Escombros», una talla medieval que, tras sobrevivir los bombardeos de la guerra entre las ruinas de una iglesia gótica, pasó a ser objeto de una fervorosa veneración popular. La intervención del joven Böhm consistió en un cuerpo octogonal que protegía y enmarcaba la figura de la Virgen El resultado evocaba una sucesión de bóvedas góticas invertidas, colgantes, que sin duda hubieran hecho las delicias de Gottfried Semper y de Antoni Gaudí.
El éxito de esta primera obra, pequeña en sus dimensiones pero de enorme repercusión social y cultural —hoy integrada respetuosamente en el Museo de Arte Sacro Kolumba de Peter Zumthor—, dio pie a una etapa de exploración de las posibilidades arquitectónicas de las membranas colgantes. De este laboratorio surgieron algunos artículos de índole teórica que merecieron las críticas de Frei Otto en la publicación de su tesis doctoral Das hängende Dach (1953). Ciertamente, Böhm no buscó tanto una optimización estructural como nuevos valores plásticos. Dan fe de ellos obras brillantes de aquellos años, como St. Albert en Saarbrücken (1951-53), con la elegante lámina abovedada de su cubierta, suspendida entre arbotantes orgánicos, o St. Paulus en Velbert (1953-55), con su juego de penetraciones de membranas colgantes y cuerpos transparentes. Ante tales ansias de lo ligero y lo racional, cuesta creer que apenas una década más tarde levantara precisamente en Velbert, en el barrio de Neviges, su antítesis arquitectónica: el cristalino bloque de hormigón tallado de la Iglesia María Königin des Friedens (1963-73), la que sin duda es su obra más célebre pero también la que más críticas le reportó por su arcaica rotundidad monumental en tiempos de revoluciones tecnológicas y sociales.
De las gigantescas dimensiones de la iglesia, que puede cobijar a 8.000 peregrinos, Böhm dedujo la escala y el carácter paisajístico y urbano del conjunto. El interior de la montaña sagrada es, más que una caverna, una gran plaza pública. Hasta en los detalles de las farolas y adoquines se revela la vocación urbana de una escenografía con la que Böhm buscó simbolizar la comunidad. Este tema recurrente en sus iglesias, ayuntamientos y teatros, se entiende mejor sobre el telón de fondo de los inhóspitos centros urbanos de la reconstrucción de Alemania que el psicoanalista Alexander Mitscherlich llegó a tildar en 1965 de ‘segunda destrucción’, pero esta vez a manos de los arquitectos e ingenieros de posguerra.
Entre los arquitectos de una generación que había vivido la destrucción material y la devastación moral de Alemania, Böhm destacó por haber buscado sentido y dignidad, consuelo incluso, en los valores simbólicos de la arquitectura y en la continuidad histórica de los tejidos y los imaginarios urbanos. Hizo de ello el núcleo de su docencia durante su etapa como catedrático de proyectos en Aquisgrán. La buscada síntesis se hace palpable también en el carácter urbano de sus grandes naves basilicales, los pasajes y las espectaculares cúpulas-mirador de su etapa posmoderna. La carga simbólica es evidente en el caso de los estudios desarrollados desde mediados de los años 1980 por encargo del canciller Helmut Kohl para la recuperación del Reichstag en Berlín como sede del parlamento de la RFA. Si bien las cúpulas propuestas por Böhm no resultaron premiadas en el concurso de 1992, en su transparencia y en las pasarelas desde las cuales contemplar a la vez el paisaje urbano y la sala plenaria están las claves del éxito del proyecto finalmente realizado por Norman Foster.
‘Expresionismo’, ‘Brutalismo’ o ‘Posmodernismo’ son etiquetas que apenas sirven para entender la obra de este longevo y prolífico arquitecto escultor en sus diferentes etapas. Acaso la búsqueda de Böhm de un valor a la vez ético y estético en unas arquitecturas escultóricas y urbanas capaces de transmitir valores colectivos constituya el único denominador común.
Joaquín Medina Warmburg es Catedrático de Historia de la Arquitectura en el Instituto de Tecnología de Karlsruhe.