Opinión 

Elogio de la densidad

Norman Foster 
31/01/2014


Estoy en Manhattan, en mi apartamento de un octavo piso, dibujando y levantando a veces la vista para contemplar Central Park. Suena el teléfono. Es Vishaan. ‘Tengo algo que quiero enseñarte’, dice. Quince minutos más tarde cojo el ascensor y camino un par de manzanas hasta llegar a Madison Avenue. Hemos quedado en Sant Ambroeus, un café de barrio perfecto para verse con los amigos. Vishaan me está esperando. Acaba de llegar después de haber llevado a su hijo al colegio y coger el metro desde Union Square, donde vive. Pedimos algo, y Vishaan me entrega una copia del borrador de un libro, preguntándome si querría escribir el prólogo. Como sé de su gran compromiso con el tema que el libro trata, enseguida acepto.

Imaginemos ahora que esta escena se hubiese producido en Detroit, Los Ángeles o en cualquier otra metrópolis del sprawl. Ambos habríamos cogido el coche, y la autopista. Sin duda, alguno se habría quedado atorado en un atasco. En vez de quince minutos, vernos nos habría llevado una frustrante hora...


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