Cómo las ciudades producen datos y cómo controlarlos
El urbanismo del chip
Una de las consecuencias directas de la proliferación del uso de chips y sensores es la acumulación masiva de datos referidos a la ciudad y sus funciones. Los teléfonos móviles por sí mismos proveen ya una gran cantidad de información: sobre la posición del usuario y las llamadas que hace, por ejemplo. Con los teléfonos inteligentes con acceso a Internet puede recopilarse una cantidad aún mayor de datos. De una manera progresiva, las ciudades están entrando en una nueva fase de su desarrollo marcada por el crecimiento exponencial de la producción y el almacenamiento de información. Al mismo tiempo, el carácter estratégico de lo urbano tiende a hacerse mayor potenciado por los grandes negocios que surgen en torno a él, pues la información es cada vez más un recurso decisivo que impulsa el motor del capitalismo. En tal contexto, la cuestión del control de la información urbana resulta inevitable, aunque sea mucha la diversidad de actitudes al respecto. Así, mientras que algunos municipios intentan mantener el control de los datos generados por los servicios urbanos, otros se muestran extrañamente indiferentes.
Además de la propiedad de los datos, la accesibilidad a ellos es otra cuestión importante. ¿Quién tiene el derecho a consultarlos y utilizarlos? Los derechos, sin embargo, no son el único aspecto de la accesibilidad; también deben tenerse en cuenta el formato y la legibilidad. Es posible tener en teoría el derecho a consultar información pero no ser capaz de leerla por la falta de formación técnica o de un programa apropiado. Sólo una pequeña minoría de usuarios puede en realidad explotar los datos en bruto producidos por las ciudades inteligentes; el resto necesita que se los traduzcan a un formato legible e interpretable. De ahí resulta el carácter cada vez más estratégico del mapeo urbano, cuyo propósito es hacer visible la información.
En la bibliografía del ‘Big Data’, estos asuntos quedan a menudo relegados a un segundo plano tanto por la expectativa de una nueva ciencia de las ciudades fundada sobre una correlación de fenómenos que hasta el momento se era incapaz de conectar, como por la posibilidad de obtener una radiografía más adecuada del funcionamiento urbano, que a menudo se describe, en analogía con los seres vivos, como metabolismo. En este sentido, algunos textos entusiastas dan la impresión de que los datos pueden llegar a generar espontáneamente un nuevo conocimiento, como si este fuera un archivo que ya no necesita más de historiadores que produzcan información legible basándose en los objetos allí contenidos.
Resulta también ilusorio creer que la ciudad es un sistema que, cerrado en sí mismo, se rige por un número finito de parámetros, una idea basada en una de las asunciones fundamentales del enfoque neocibernético a la noción de inteligencia. Tal enfoque tiene que ver con una asunción aún más fundamental en cuya fase final los acontecimientos y sucesos tienden a ocupar una posición cada vez más determinante en la experiencia urbana, así como en la gestión de las ciudades. En este sentido, la ciudad en red surgida poco a poco en la era industrial y que concede una prioridad absoluta a la gestión de los flujos tiende a quedarse en un segundo plano, ofuscada por la densa red de acontecimientos que tienen lugar en las ciudades y por el planeamiento para controlar su evolución con el objetivo de anticipar escenarios ideales de desarrollo. Los flujos mismos se perciben cada vez más desde el punto de vista de los acontecimientos que los dotan de ritmo o perturban ese ritmo. La llegada de una nueva inteligencia urbana está dando lugar a una transición: la que va desde la ciudad de la red a la ciudad de los acontecimientos.
Este texto proviene de Smart Cities. A Spatialised Intelligence (Wiley, 2015).