Glenn Murcutt, que acaba de recibir, a los 66 años, el premio Pritzker, es uno de los representantes más eminentes de un ‘funcionalismo ecológico’ que él mismo ha contribuido a inventar. Instalado en Sidney, trabaja desde siempre solo, rechaza construir fuera de su país y no ha realizado prácticamente nada más que casas. El personaje desprende, es verdad, una originalidad bastante radical. Asumida e incluso cultivada, esta originalidad ha dado como fruto una carrera y una obra únicas. Alimentada de referencias estables y convergentes, su arquitectura posee una rara coherencia; su trayectoria, sin fisuras ni concesiones, se ha guiado por unas posiciones férreamente mantenidas desde la fundación de su estudio en 1969...
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