Desde hace dos décadas, el premio Pritzker ha venido reflejando lo mejor y lo peor de la arquitectura contemporánea. Pero, en realidad, para muchos observadores del mundo de las artes, la propia idea del premio es sumamente problemática. Aplicar criterios competitivos a las labores creativas es, en el mejor de los casos, irrelevante y, en el peor, destructivo; además, provoca sentimientos de superioridad, envidia e incompetencia entre artistas ya proclives a esas emociones mezquinas y exasperantes. Pero los premios dotados con mucho dinero, en particular de arquitectura, han proliferado en las últimas décadas, y la publicidad que generan ha crecido en la misma medida…[+]