El panda y el dragón
¿Es el País del Centro un panda o un dragón? ¿El oso amable que fascina a todos o el animal mítico que todos respetan y temen? Probablemente, China es al mismo tiempo un panda y un dragón: un mamífero voraz que necesita consumir miles de hojas de bambú al día, y un reptil volador que extiende su presencia hasta los extremos del mundo. Tanto el emblema de los parques zoológicos como el protagonista de tantos episodios legendarios son iconos equívocos: el dulce y mullido panda es en realidad una máquina de triturar celulosa, mientras que el dragón feroz de la mitología occidental es en Oriente una fuerza protectora y benévola. Pero estos símbolos ambiguos convienen a una China que debe conseguir los alimentos, las materias primas y la energía que demanda una población de 1.300 millones de personas, y para hacerlo necesita multiplicar su influencia y exhibir su poder blando en el planeta: si quiere dar de comer al panda tiene que sacar a pasear el dragón.
El esfuerzo colosal, sin precedentes en la historia, por sacar de la miseria a centenares de millares de personas, ha sido con frecuencia abrasivo y carente de escrúpulos, y ello se ha manifestado en lo abrupto de muchas transiciones del campo a la ciudad, y en lo desolado de tantos de los nuevos paisajes urbanos. Esos entornos, sin embargo, son el escenario de una prosperidad emergente que impulsa el país hacia el papel de potencia hegemónica, con una presencia creciente y ya abrumadora en el resto de Asia, en África y en América Latina. China se ha convertido en la primera potencia comercial, con seis de los nueve mayores puertos comerciales y la mitad del tráfico de contenedores. Los flujos comerciales procedentes de Asia explican la prioridad otorgada por la Unión Europea a las infraestructuras ferroviarias del Arco Mediterráneo, porque el volumen de transporte en ese mar triplica ya el del Atlántico, alterando la orientación occidental de los cinco últimos siglos.
China es hoy el principal prestamista del mundo, superando incluso al Banco Mundial, y en su expansión planetaria ofrece también tecnología y capital humano, convirtiéndose en un poderoso factor de desarrollo en múltiples geografías. Lo hace, es cierto, para obtener la soja, los minerales o el petróleo que necesita su panda hambriento, pero lo hace desplegando un dragón benefactor y laborioso. Su capitalismo de estado se ha convertido en modelo para muchos, por más que el hábitat del panda sea todavía deficiente. Pero el ‘Made in China’ no es ya un sinónimo de producción en masa, barata y descuidada, y en la construcción hay numerosos ejemplos, dentro y fuera del país, que avalan la calidad de lo que puede lograrse combinando la ética del trabajo con el empeño en la excelencia. Cuando hace siete años publicamos ‘China Boom’, la mayor parte de los autores eran extranjeros; hoy los seleccionados son todos chinos, y eso dice mucho de lo logrado por el país del panda y el dragón.
Luis Fernández-Galiano