En la última década nos hemos ocupado de China con frecuencia, y la sucesión de los números monográficos cartografía un tránsito que puede resumirse en tres movimientos: el primero registra la entrada en el país de las grandes figuras internacionales; el segundo describe la incorporación al discurso contemporáneo de una plétora de oficinas chinas; y el tercero señala la recuperación de las raíces por una nueva generación. Cada uno de estos momentos —apertura, asimilación, retorno— se ha recogido en una publicación singular, pero ha estado presente también en libros, números corales con participación de estudios chinos y artículos específicos sobre los debates arquitectónicos en el País del Centro.

El primer panorama cristalizó en AV 109-110 (2004), ‘China Boom’, que se hizo doble para dar cuenta cumplida de una explosión urbana sin precedentes, donde las obras de importancia simbólica o complejidad técnica se encomendaron a una ‘legión extranjera’ de europeos y norteamericanos, y que se materializaría en sus dos metrópolis con sendos eventos colosales: los Juegos de 2008, recogidos en Arquitectura Viva 118-119 (2008), ‘Pekín olímpico’, de nuevo un número doble para hacer justicia a la formidable exhibición de capacidad económica y organizativa de la ya superpotencia; y la Expo de Shanghai, cuyos resultados arquitectónicos se anticipaban en Arquitectura Viva 129 (2009), ‘Shanghai 2010’.

El segundo movimiento se plasmó en AV 150 (2011), ‘Made in China’, donde sólo aparecieron obras de arquitectos chinos, en nítido contraste con la monografía anterior, que había publicado 28 obras de 16 despachos, y todos ellos extranjeros: en algo más de un lustro el paisaje arquitectónico se había modificado significativamente, como ya había adelantado la sección dedicada a China en Atlas. Arquitecturas del siglo XXI: Asia y Pacífico (Fundación BBVA, 2010), cuya selección de proyectos dividía ecuánimemente su número entre los de autoría internacional y los gestados en el país, entre los cuales algunos que reinterpretaban lo vernáculo con la sensibilidad que le valdría a Wang Shu el premio Pritzker en 2012.

El tercer momento quiere documentarse aquí con el artículo y las obras de ‘China eterna’, donde se publican autores que aparecieron en números anteriores de AV, AV Proyectos o la propia Arquitectura Viva, porque son estudios que llevan ya cierto tiempo en la escena internacional, y que ahora alcanzan su plena madurez. Es tentador establecer un vínculo entre el esfuerzo por ‘construir una nueva tradición’ de estos arquitectos y las directrices estéticas fijadas por el presidente Xi Jingping hace apenas un año, de las que me ocupé en ‘El arte extravagante’, Arquitectura Viva 169 (2014), pero en cualquier caso los vientos del cambio soplan hoy sobre una China que ya no vive ajena a las turbulencias del mundo.


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