El Real Madrid ya tiene su icono. En esta ocasión, el esperado fichaje estrella ha sido el proyecto del nuevo estadio que tras un largo y tortuoso concurso en dos fases se ha adjudicado al equipo de GMP Architekten, L-35 y Ribas & Ribas, acaso el menos galáctico de una nómina de participantes completada por Herzog & de Meuron junto a Rafael Moneo, Norman Foster y Rafael de la Hoz, y Populous en colaboración con Estudio Lamela.
Concebida para dotar al club blanco de un emblema acorde a los tiempos, la propuesta parte de la demolición de la cubierta del viejo estadio para ampliar el tercer anfiteatro y dotarlo con 5.000 nuevas plazas, envolviendo todo el conjunto en una piel de lamas de titanio sinuosa e ‘inteligente’, por cuanto podrá servir como pantalla de proyección. El resto del énfasis formal se ha puesto en la cubierta del edificio, una estructura tensada y retráctil cuyo perímetro interior hará las veces de inmenso videomarcador con un desarrollo de 360 º.
La continuidad de la envolvente y el aura tecnológica que sugieren las curvas aerodinámicas y el titanio sin duda sintonizarán con los aficionados, pero no son más que la cara visible de una calculada y compleja operación financiera presupuestada en 400 millones de euros, y cuyo objetivo es incrementar un 30% la rentabilidad del estadio merced al aumento del aforo y la explotación de un centro comercial y un hotel.
El hermetismo que ha definido el concurso y la índole fundamentalmente mercantil de la propuesta sugieren que se trata de un edificio concebido más para los madridistas que para los madrileños, una decisión que podría haberse matizado con un planteamiento más participativo, habida cuenta de la importancia del estadio en la ciudad, y de que la operación va a requerir una discutible permuta de suelos con el Ayuntamiento.