El correo electrónico no ha sustituido al correo postal, y el domicilio en la red no ha reemplazado al domicilio en la ciudad. Los cuerpos físicos no pueden aún habitar espacios virtuales, por más que las nuevas élites cinéticas aspiren a la misma deslocalización incorpórea de la información o el dinero, permanentemente en tránsito por las redes de un mundo enmadejado de flujos. Aunque algunos fantaseen con el nomadeo insomne de los frequent flyers que fatigan hoteles y responden al teléfono móvil advirtiendo de su posición cambiante en el planeta, lo cierto es que la fantasía más frecuente se remite todavía a un lugar en el mundo, preferiblemente en la forma de una ficción doméstica. Varias de las más recientes se presentan en este número, agrupadas bajo la advocación piadosa de un título tomado en préstamo al escritor y periodista Vicente Verdú.

Si estas casas de autor son domicilios, lo son sobre todo de los sueños domésticos, porque en ellas reside la capacidad de la arquitectura para alimentar la promesa de una vida mejor. Esta promesa, sin embargo, es hoy en buena medida ficticia: las fantasías domiciliadas en la casa están en irónica contradicción con la multiplicación caudalosa de las promociones residenciales que consumen el territorio con su metástasis implacable, devastando a la vez la ilusión de una arcadia campestre y el mito elusivo de la casa individual. Transformados de sueño en pesadilla, estos conjuntos corales de viviendas orquestadas en orden disperso fingen la misma personalidad autónoma que el enjambre de moléculas motorizadas que se desplaza en automóvil hasta ellas, y cuyo movimiento browniano resulta tan azaroso en sus detalles como previsible en su patrón.

Estadístico como las leyes de los gases, el crecimiento en mancha de aceite de los tejidos urbanos desmiente los pronósticos orgánicos que auguraban la extensión de las ciudades con la lógica anatómica de las estructuras articuladas, y disuelve en fragor sociológico la esperanza ilusoria de atribuir a cada célula una voz y un propósito individual. La trama tupida de la ciudad compacta licúa así su tejido en una papilla residencial que se derrama por el territorio, penetrando capilarmente en cada recoveco, y ahogando en su flujo viscoso la ficción engañosa de las casas singulares, segregadas y estúpidas como las partículas elementales de las que escribe el novelista y poeta francés Michel Houellebecq. El domicilio material sobrevive al virtual, y el domicilio postal al electrónico, pero ambos naufragan en el mismo océano de basura que sepulta tanto el universo físico del paisaje como el universo inmaterial de la comunicación.


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