Andrés Manuel López Obrador ha dinamitado el nuevo aeropuerto de Ciudad de México y, con él, el proyecto más emblemático de su antecesor en el cargo, Enrique Peña Nieto. Tras ganar un disputado concurso sosteniéndose en su sólida experiencia en este tipo de infraestructuras, Norman Foster prometió al entonces presidente de México, Peña Nieto, que construiría el aeropuerto más grande y más avanzado del mundo, un edificio presupuestado en 13.300 millones de dólares y que desde el principio se convirtió en campo de batalla política para el opositor López Obrador, quien no dejó de aseverar que, llegado a la presidencia, cancelaría el proyecto.
Cuando López Obrador ganó las elecciones en julio, pocos pensaron que iría adelante con su arriesgado empeño. Pero lo hizo, aunque cubriendo su responsabilidad política con un polémico plebiscito convocado en octubre, en el que apenas llegó a participar el uno por ciento de la población mexicana pero que sirvió para acabar definitivamente con el proyecto de Foster y su socio local Fernando Romero.
La alternativa al proyectado nudo de comunicaciones —que iba a ser el mayor de Latinoamérica y cuyas obras comenzaron en 2014— será la mucho más modesta construcción de dos pistas en la base militar de Santa Lucía, situada al norte de la ciudad.