La Mezquita de Sancaklar se sitúa a las afueras de Estambul, sobre un parque con extensas praderas que queda segregado del congestionado centro de la ciudad por una autopista. La posición en este singular enclave a caballo de lo natural y lo artificial determina la estrategia del proyecto, concebido como una prolongación topográfica del paisaje. Así, la mayor parte del volumen de la mezquita queda soterrado. Aprovechando el desnivel del terreno, el edificio se incrusta en el suelo, de manera que la cubierta ajardinada prolonga la superficie del prado adyacente, y sólo aflora al exterior una banda rehundida que se protege con un profundo voladizo y hace las veces de fachada.

El acceso a la mezquita enfatiza también el carácter telúrico del proyecto, pues el visitante, atraído por la imagen de un alminar de geometría depurada, se aproxima por el parque siguiendo un paseo arquitectónico que le lleva de arriba abajo. Desde la pradera se desciende a la plataforma inferior a través de una escalinata de piedra alineada con las curvas de nivel. Una vez en la plataforma, se pasa el umbral bajo el voladizo y se penetra en otro mundo, la sala de oración, que es un espacio calmo, cavernario, ajeno a la estridencia de la ciudad, y cuya penumbra sólo se rompe con el chorro de luz que, colándose a través de un lucernario, baña el misterioso muro de la alquibla.