En los noventa propongo ser berlinés; berlinés a la manera de aquel personaje de Alfred Döblin que decía: «No hay que darse importancia con el Destino. Soy enemigo de la Fatalidad. No soy griego, soy berlinés». Sesenta años después de Berlin Alexanderplatz, la historia desdichada y testaruda de la ciudad es la historia del sueño europeo: no hay proyecto político que no la haya golpeado ni herida cultural cuya cicatriz no ostente; no hay voluntad más tenaz de resistir al infortunio; y tampoco hay retrato más verídico de la arquitectura reciente que el reflejado en su espejo de metal…[+]