En el pequeño camposanto de una pedanía de Murcia, junto a un pinar protegido y donde la considerable pendiente en el terreno ha determinado una configuración escalonada, se planteó la construcción de un panteón con nichos y columbarios en un solar de 4,5 x 5 metros. La única condición de partida fue que todo se concibiese en función de la luz.

Al margen de la dispar y abundante imaginería del recinto, destaca en éste el tratamiento doméstico que ha recibido la arquitectura mortuoria; encontramos aquí ventanas y puertas de PVC, azulejos de cuarto de baño, lápidas que parecen encimeras de cocina —¿o son las encimeras las que parecen lápidas?— e incluso visillos para regular la entrada de luz o garantizar la intimidad en los panteones.

Buscando distanciarse de lo que tiene alrededor, el proyecto, definido por un volumen vertical y otro horizontal, emplea materiales distintos y en dimensiones o disposiciones alejadas de lo convencional; y ya que no se trataba de construir un edificio y tampoco un monumento, plantea una escenografía para el enterramiento que considera tanto el exterior como el interior de la pieza, presidida por una gran cruz de acero envejecido situada frente a un lucernario de lajas de vidrio. En el momento más íntimo de la visita, se accede al panteón cruzando una puerta de wengué situada en la cota inferior; a contraluz y a través del lucernario, aparece la cruz. Con sus 4,5 metros de altura x 0,8 metros de anchura, la entrada impone un ritmo vertical al espacio y guía el ascenso de la mirada. El hueco por donde se descuelgan los féretros se cubre con una pieza deslizante de ónice de Pakistán, que también deja pasar la claridad; una tercera fuente de iluminación es la luz que atraviesa el pequeño estanque del exterior. La pizarra negra en lajas de distinto grosor que forra ambos volúmenes y el travertino en losas que cubre el plano horizontal son los materiales dominantes. Usado también en la rampa, este mármol casi blanco extiende visualmente la intervención... [+]